domingo, 10 de marzo de 2013

La bella durmiente


Érase una vez una reina que anhelaba desesperadamente tener hijos, y por fin, después de una larga espera, sus deseos se vieron cumplidos con la llegada al mundo de una preciosa niña; este acontecimiento llenó de gran regocijo a los soberanos y a todo el país.

El día del bautizo se celebraron los festejos más suntuosos conocidos en el reino hasta entonces, fueron invitadas como madrinas de la princesa las siete hadas más poderosas de la región, satisfechas por el detalle y en agradecimiento a los monarcas, cada una de ellas acercándose a la cuna de la princesita y tocándola con su varita mágica le fue otorgando un don especial:

“¡Serás la más hermosa de todas las doncellas!”.
“¡Tendrás la bondad de un ángel!”.
“¡Destacarás por tu agilidad y esbeltez!”
“¡Cantarás como un ruiseñor!”.
“¡Bailaras como una danzarina!”.
“¡Poseerás una habilidad especial para tañer cualquier instrumento musical!”.

Esta entrañable ceremonia se vio bruscamente interrumpida con la llegada de una misteriosa mujer, se trataba de un hada vieja, fea y perversa con gran poder, que hacía tiempo que andaba desaparecida y todo el mundo se había olvidado de su existencia.

-¡Conque no soy lo bastante importante para ser invitada a esta fiesta! –Manifestó, acercándose al trono y añadió furiosa- he aquí mi regalo especial para la infanta, así nunca más me olvidaréis: el día que la princesa cumpla diecisiete años se pinchará con un huso y morirá.

Al oír esta terrible sentencia, todos los invitados especialmente los monarcas se quedaron aterrados, pero faltaba un hada por otorgar una gracia a la princesa e intervino en ese momento tranquilizando a los padres:

-¡Majestades! No os preocupéis, vuestra hija no morirá, sino que dormirá profundamente durante cien años hasta que un apuesto príncipe la despierte.

Estas palabras vinieron a aliviar un poco el desconsuelo de los monarcas, no obstante tomaron toda clase de precauciones, mediante un sonoro bando a bombo y platillo se prohibieron en todo el palacio las agujas, objetos punzantes y especialmente los husos.

La vida de la princesa durante sus dieciséis primeros años transcurrió feliz, sin más sobresaltos y, todo el mundo terminó por olvidar la maldición, pero el día de su diecisiete onomástica, andaba la bella joven deambulando por palacio cuando encontró en una habitación a una viejecita hilando con su rueca, era el hada malvada disfrazada de bondadosa anciana:

- ¡Oh que labor tan interesante!, nunca había visto transformar la lana en hilo –dijo la princesita con natural asombro y curiosidad.
- ¿Queréis probar? –contesto la perversa mujer.
- ¿Puedo?, me gustaría mucho aprender a tejer una hebra tan fina –añadió la infanta.
- ¡Claro que sí!, ¡alteza!, con vuestra habilidad no tendréis ningún inconveniente.

La joven, inocentemente, cogió la rueca entre sus delicadas manos y entonces se produjo el fatal e inevitable maleficio: la princesa se pinchó en la yema de un dedo cayendo desvanecida y al instante quedó sumergida en un sueño tan profundo que por más que la zarandearon no la pudieron despertar. La depositaron en un lujoso lecho y por expreso deseo del rey se avisó al hada madrina que había proferido su despertar, ésta acudió rauda a la llamada del monarca y haciendo uso de sus extraordinarios poderes durmió a toda la corte para que al salir la princesa de su letargo no se encontrar sola y extraña.

Con el tiempo los alrededores del castillo se fue llenando de vegetación hasta crearse un frondoso bosque y así, oculto a la vista de todos entre los espesos árboles, permaneció cien largos años.

Un buen día, a un apuesto príncipe que merodeaba por los alrededores del bosque encantado, le llamó poderosamente la atención lo mágico del lugar, según se aproximaba vio como la vegetación se abría a su paso trazando un camino, lo siguió sin ningún temor hasta dar con la entrada de un suntuoso palacio, fue recorriendo todos los aposentos, sin dejar de sorprenderse al ver como todo el mundo dormía plácidamente, incluidos los animales, pero lo que le dejo del todo estupefacto fue el hallazgo de la alcoba donde se encontraba el lecho de la princesa, al contemplar su belleza exclamó: “¡Oh que hermosa es!” Y no pudiendo resistir la tentación depositar un beso en su boca; con este sencillo y sincero gesto de cariño, se acabó el maleficio y la princesa abrió los ojos despertando de su largo sueño dichosa y encantada al ver el hermoso rostro que se inclinaba ante ella, al mismo tiempo despertaron todos los habitantes del palacio reanudando sus tareas cotidianas, como si se hubieran acostado la noche anterior.

El príncipe quedó fascinado con la belleza y virtudes de la princesa, solo le disgustaba su indumentaria, aunque se guardó, muy mucho, de decirle que su vestido y complementos estaban pasados de moda. Hablaron durante largas horas y la joven se puso al corriente de los acontecimientos acaecidos en los últimos cien años.

Muy pronto entre grandes festejos tuvo lugar la ceremonia de la boda. En el momento de ocupar el trono, el príncipe se llevó a la Bella Durmiente a sus dominios, el matrimonio feliz y enamorado, fue bendecido con el nacimiento de dos hijos

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