Érase una
vez, una ratita que era muy presumida. Un día la ratita estaba barriendo su
casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla… una moneda de oro.
La ratita la
recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda.
“Ya sé me
compraré caramelos… uy no que me dolerán los dientes. Pues me comprare
pasteles… uy no que me dolerá la barriguita. Ya lo sé me compraré un lacito de
color rojo para mi rabito.”
La ratita se
guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le
pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su
casita.
Al día
siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita
y salió al balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice:
“Ratita,
ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”.
Y la ratita
le respondió: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”
Y el gallo
le dice: “quiquiriquí”. “Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido
que haces”.
Se fue el
gallo y apareció un perro. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres
casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué
ruido haces?”. “Guau, guau”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido me
asusta”.
Se fue el
perro y apareció un cerdo. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres
casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué
ruido haces?”. “Oink, oink”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy
ordinario”.
El cerdo
desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: “Ratita,
ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo:
“No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?”. Y el gatito con voz
suave y dulce le dice: “Miau, miau”. “Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy
dulce.”
Y así se casaron
la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos fueron
felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Hans
Christian Andersen
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