domingo, 10 de marzo de 2013

Blancanieves


Érase una vez una reina que soñaba con tener una hija de piel tan blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y pelo negro como el ébano. Tan ferviente era su deseo que no tardó en hacerse realidad dando alud a una preciosa niña a la que puso por nombre Blancanieves por poseer las cualidades que ella tanto había deseado, pero desgraciadamente la felicidad en palacio no duró mucho, la reina murió siendo la princesita muy pequeña y el padre no tardó en volverse a casar con una bella pero cruel mujer.

La madrastra de Blancanieves poseía un espejo mágico que tenía la cualidad de hablar, obsesionada como estaba por su apariencia física, todas las mañanas se acercaba a preguntarle:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-No mi reina y señora, tu eres la mujer más bella del reino, -contesta el espejo sin faltar a la verdad, a la vez que le devolvía su bella imagen.

Mientras todos los días se repetía esta misma escena, Blancanieves se fue haciendo mayor hasta llegar a convertirse en una hermosa joven. Un buen día al levantarse la reina y preguntar al espejo como de costumbre:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora hay otra más bella que tú, -respondió el espejo.
-Y ¿quién es esa mujer? -gritó indignada la perversa e envidiosa reina.
-Blancanieves es ahora la mujer más hermosa de la tierra.

Enfurecida la reina se apresuró a buscar un cazador de toda su confianza y le ordenó: “Coge a Blancanieves y llévala a lo más profundo del bosque, allí deshazte de ella dándole muerte y me tienes que traer el corazón como prueba de que has cumplido mi deseo”.

El cazador no se atrevió a replicar a la malvada soberana y se fue en busca de Blancanieves, con engaños la llevó montada a caballo hasta el corazón del bosque, pero llegado el momento no tuvo valor para matar a la niña, en cambio compadecido de ella, el sirviente le puso al corriente de la misión que le había encomendado su madrastra. “Debes de huir lo más rápido y lejos posible, y esconderte muy bien para que jamás te encuentre tu pérfida madrastra” –con este consejo trató de tranquilizar a la asustada joven-. El paje se alejó a galope tendido, en el camino sacrificó un cervatillo y con el corazón aún caliente se lo entregó a la aviesa reina.

Blancanieves, aterrada, comenzó a caminar por el bosque, sin saber muy bien hacia donde se dirigía, después de deambular toda la noche vio a lo lejos una casita, llamó a la puerta, pero como nadie le respondía y la puerta no estaba cerrada con llave la empujó y pasó dentro, lo primero que vio fue una agradable estancia; situada en el centro había una mesa preparada para siete comensales, rodeada de siete sillitas, como estaba hambrienta y cansada se sentó en una de las pequeñas sillas y estuvo probar la comida, después subió al piso superior donde había un dormitorio con siete diminutas camitas y como no había dormido en toda la noche, se acostó en la que le pareció algo más grande quedándose profundamente dormida.

Era la casita de los siete enanitos que vivían en el bosque, cuando estos llegaron del trabajo y vieron la puerta abierta se precipitaron dentro algo asustados.
-Alguien se ha sentado en mi sillita, -Dijo uno de los hermanos.
-Alguien ha usado mis cubiertos. -Respondió otro.
-Alguien ha comido en mi plato. –Añadió un tercero.
-Hay una niña en mi camita. -Dijo el mayor de todos.

Los enanitos quedaron extasiados al ver la preciosa niña que encontraron en su casa, en silencio para no despertar y pacientemente la estuvieron contemplándola largo rato, hasta que despertó algo desorientada y sobresaltada.
-¡Oh! ¿Qué es esto?
-No te asustes pequeña, no vamos a hacerte nada. –Dijeron los enanos, mientras acercaban sus caritas curiosas con cariño hacia la niña-. Nos gustaría conocer tu nombre.
-Me llamó Blancanieves.
Y a continuación contó a los enanitos todas sus peripecias.
-No te preocupes, -contestaron todos a coro- puedes quedarte a vivir con nosotros.
-Me quedaré encantada, no tengo a donde ir.
-¿Sabes hacer las tareas caseras? –Preguntó uno de los enanos.
-Claro, se hacer de todo: cocinar, lavar, tejer, hacer las camas y me gusta tener todo limpio y ordenado.

Y así fue como la joven pasó de vivir en un palacio con todo lujo de detalles y comodidades pero infeliz, a la diminuta casita del bosque trabajando como una aldeana plena y dichosa.

Se complementaban a las mil maravillas, mientras los siete hermanos se iban a trabajar, Blancanieves cumplía con todos sus deberes domésticos, una de las cosas que más gustaba a los enanitos eran los exquisitos postres a base de manzanas y frutos del bosque conque les deleitaba el final de las comidas.

Lejos de tan idílica vida, la reina, convencida de la muerte de su hijastra, se olvidó por completo y por mucho tiempo de su espejo mágico pero, un buen día invernal frio y nublado, en el que se sentía acometida por el aburrimiento y deseosa de hacer alguna maldad, se acercó al singular objeto y de buenas a primeras le preguntó:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora hay otra mujer más bella que tú, -respondió el espejo.
-Y ¿quién es esa mujer? –vociferó incrédula e indignada.
-Es Blancanieves -respondió el espejo.
-¡Cómo! ¿No está muerta? ¿Dónde se encuentra? –Dijo lo mala mujer más alterada que nunca.
-Al claro del bosque irás, y en la casita de siete enanos que son hermanos la encontrarás. –Repuso sin inmutarse, ni alterar su voz el espejo.

Rápidamente la siniestra soberana consorte, se puso manos a la obra para destruir de una vez por todas a su odiada hijastra, disfrazada de aldeana cogió un cesto y lo lleno de manzanas, seleccionó la más suculenta e introdujo veneno en su mitad, buscó la casita del claro del bosque y llamó a la puerta, Blancanieves no se atrevió a abrir, por expresa advertencia de sus amigos los enanitos que no querían que nada malo le ocurriera, pero no tuvo más remedio que asomarse a la venta para ver quién era el visitante, este fue el terrible momento que aprovechó la madrastra para invitarla a probar la manzana, la niña se resistió en un principio agradeciendo el detalle a lo que ella creía una buena acción de una sincera y sencilla mujer, entonces la bruja la mordió por el lado que no contenía veneno, convencida la niña de que nada malo podía pasarle, sucumbió a la tentación de probar la jugosa fruta, e inmediatamente sin haber siquiera tragado el bocado, cayó desvanecida al suelo.

Cuando volvieron los enanitos creyéndola muerta, la metieron en una urna de cristal para no dejar de contemplarla ni un instante, después de velarla varios días decidieron que había que enterrarla. Se formó una pequeña comitiva que marchaba desolada a darle sepultura, quiso la divina providencia que en el camino se cruzaran con un apuesto príncipe que inmediatamente quedó prendado de la bella joven que iba en el féretro y que no parecía muerta sino dormida. Los enanitos le contaron la triste historia de Blancanieves, el joven conmovido, comento enérgico: “esta princesa es digna de ser enterrada en un panteón real, me la llevaré a mi país y allí tendrá la sepultura que merece”. Cuando la iban a subir a un carruaje para ser transportada al reino del príncipe, la torpeza de un paje al tropezar y caer tuvo un desenlace feliz, Blancanieves expulso el bocado de manzana que se le había quedado en la boca despertando al instante de su letargo. La felicidad de todos fue indescriptible, y el viaje fúnebre en principio, pasó a ser una alegre algarabía, los enanitos también se fueron a vivir a palacio y ya nunca se separarían de su querida princesita.

El príncipe confesó su amor a Blancanieves, que fue correspondido por parte de la joven y organizaron lo boda con grandes pompas por todo el reino.

A los festejos fue invitada la madrastra que no quiso desprenderse de su espejo. El día de la ceremonia nada más despertar se acercó y le hizo la pregunta de rigor:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora Blancanieves es más hermosa que tú.

Enfurecida la reina cogió el espejo y lo rompió en mil pedazos, y cada uno de estos le respondía:
-Sí mi reina y señora Blancanieves es más hermosa que tú, ja, ja, ja.

Enloquecida por el clamor se acercó a la ventana y se lanzó al vacío, muriendo en el acto, en los festejos nadie la echo en falta.

Los nuevos esposos vivieron felices, sin más sobresaltos.

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