domingo, 10 de marzo de 2013

El flautista de Hamelin


En tiempos remotos, existió una hermosa y próspera ciudad llamada Hamelín. Un buen día, la opulenta y apacible vida de sus ciudadanos, se vio alterada por el inesperado ataque de una devastadora plaga de ratones que se paseaba por las calles sin el menor decoro, a la vista de todo el mundo y lo que era peor aún, penetraban en sus viviendas y demás propiedades devorando cuantos alimentos encontraban a su paso.

La población aterrorizada no sabía como combatir tan destructora invasión, (con los gatos no se podían contar, más asustados que las personas, habían huido del lugar) reunida en asamblea acordaron y propagaron, mediante un sonoro bando, pagar con cincuenta monedas de oro, a la persona que lograra librarles de los roedores.

Varios fueron los intentos pero sin éxito, hasta que un buen día apareció un extraño personaje, desconocido para los lugareños, prometiendo acabar, él solito y de una vez por todas con la indeseable plaga, después de ponerse de acuerdo en la forma de pago con las autoridades, sacó, de uno de los bolsillos de su estrafalaria indumentaria, una original flauta y nada más comenzar a oírse los primeros acordes empezaron a acudir ratones de todos los rincones y a seguir los pasos del flautista; el singular sujeto continuó tocando hasta llegar a un río que podía cruzar a pie, se introdujo en él y detrás los roedores ahogándose al instante.

Los moradores de Hamelín pudieron respirar tranquilos y volvieron despreocupados a su cómoda y rutinaria vida, pero cometieron un terrible error: negarse a pagar la recompensa prometida al flautista. Tacaños y ambiciosos, les parecía un despilfarro pagar tanto oro por arrancar unas cuantas notas a un sencillo instrumento musical.

El joven enojado, comenzó de nuevo a tocar la flauta y esta vez fueron los niños los que extasiados seguían los mágicos acordes del instrumento, impávidos, haciendo oídos sordos, a las desgarradoras suplicas de sus padres para que volvieran, todos los niños seguían entusiasmados la misterioso músico, todos menos uno que era cojito y volvió a la urbe ante la imposibilidad de seguir a los demás. El flautista, en esta ocasión no se dirigió hacia el río, tomo un camino distinto y tan desconocido como misterioso para los habitantes de Hamelín que por más que buscaron no consiguieron encontrar a los pequeños. Hamelín a la vez que sin ratones, se quedó también triste y desolada, sin niños, por la codicia de sus ciudadanos.

Un radiante mañana, el único niño de Hamelín que andaba jugando por los alrededores de la ciudad, tropezó con algo que se asemejaba a un instrumento de viento e inmediatamente trató de sacarle algún sonido, al instante surgió la melodía además, de un prodigioso milagro, no lejos de allí la montaña que bordeaba el Este de la ciudad se resquebrajó y de sus entrañas salieron con grandes nuestras de júbilo y alegre griterío todos los niños desaparecidos, que para su bien no recordaban nada de los sucedido, en cambio los mayores no olvidaron jamás y tuvieron buen cuidado, a partir de entonces, de no volver a traicionar la confianza de nadie.

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