Habia una
vez una gallina roja llamada Marcelina, que vivía en una granja rodeada de
muchos animales. Era una granja muy grande, en medio del campo.
En el
establo vivían las vacas y los caballos; los cerdos tenían su propia
cochiquera. Había hasta un estanque con patos y un corral con muchas gallinas.
Había en la granja también una familia de granjeros que cuidaba de todos los
animales. Un día la gallinita roja, escarbando en la tierra de la granja,
encontró un grano de trigo.
La gallina
roja
El valor del
esfuerzo
Pensó que si
lo sembraba crecería y después podría hacer pan para ella y todos sus amigos.
-¿Quién me
ayudará a sembrar el trigo?, les preguntó.
- Yo no,
dijo el pato.
- Yo no,
dijo el gato.
- Yo no,
dijo el perro.
- Muy bien,
pues lo sembraré yo, dijo la gallinita.
Y así,
Marcelina sembró sola su grano de trigo con mucho cuidado. Abrió un agujerito
en la tierra y lo tapó. Pasó algún tiempo y al cabo el trigo creció y maduró,
convirtiéndose en una bonita planta.
-¿Quién me
ayudará a segar el trigo?, preguntó la gallinita roja.
- Yo no,
dijo el pato.
- Yo no,
dijo el gato.
- Yo no,
dijo el perro.
- Muy bien,
si no me queréis ayudar, lo segaré yo, exclamó Marcelina.
Y la gallina,
con mucho esfuerzo, segó ella sola el trigo. Tuvo que cortar con su piquito uno
a uno todos los tallos. Cuando acabó, habló muy cansada a sus compañeros:
-¿Quién me
ayudará a trillar el trigo?
- Yo no,
dijo el pato.
- Yo no,
dijo el gato.
- Yo no, dijo
el perro.
- Muy bien,
lo trillaré yo.
Estaba muy
enfadada con los otros animales, así que se puso ella sola a trillarlo. Lo
trituró con paciencia hasta que consiguió separar el grano de la paja. Cuando
acabó, volvió a preguntar:
-¿Quién me
ayudará a llevar el trigo al molino para convertirlo en harina?
- Yo no,
dijo el pato.
- Yo no,
dijo el gato.
- Yo no,
dijo el perro.
- Muy bien,
lo llevaré y lo amasaré yo, contestó Marcelina.
Y con la
harina hizo una hermosa y jugosa barra de pan. Cuando la tuvo terminada, muy
tranquilamente preguntó:
- Y ahora,
¿quién comerá la barra de pan? volvió a preguntar la gallinita roja.
-¡Yo, yo!
dijo el pato.
-¡Yo, yo!
dijo el gato.
-¡Yo, yo!
dijo el perro.
-¡Pues NO os
la comeréis ninguno de vosotros! contestó Marcelina. Me la comeré yo, con todos
mis hijos.
Y así lo
hizo. Llamó a sus pollitos y la compartió con ellos.
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