domingo, 10 de marzo de 2013

Bibliografía



Blog hecho por: Lau Huerta.

Bibliografía:

  • http://www.musica.com/letras.asp?letras=17810&orden=vis
  • http://www.silvitablanco.com.ar/cancionesdecuna/dormir.htm
  • http://www.elhuevodechocolate.com/cuentos/cuentos9.htm
  • http://compatic12.blogspot.com.es/2012/05/cuentos-infantiles-tradicionales.html
  • http://juanimaestrainfantil.blogspot.com.es/
  • http://www.juegosyeducacion.com/fabulas_infantiles_index.html
  • http://www.britesa.com/cuentos/cuentos%20cl.html





El duendecillo travieso


 Allá por aquellos tiempos en donde los duendes se movían a sus anchas entre los humanos sin que se hubiera inventado ningún aparato detector que revelara su presencia, existía Truco, duendecillo muy popular entre sus congéneres por sus travesuras, fama que le asistía muy justamente, ya que, amparándose en su cualidad de ente invisible se divertía burlándose de todo bicho viviente.

      El pasatiempos favorito de Truco, no era otro, que el de deslizarse dentro de aquellos hogares donde había niños pequeños, en especial recién nacidos, traspasando las paredes, ni siquiera se molestaba en abrir las puertas, cuando alguien le reprendía por ello, siempre respondía con la misma frase:

      -¡Para qué, ja, ja...!, hacer un esfuerzo inútil.

     Una vez dentro perpetraba su fechoría favorita, que consistía en arrancar de golpe y porrazo el chupete al bebé de la casa mientras éste dormía placidamente, el chiquitín asustado e indignado rompía a llorar tan estrepitosamente que al instante toda la familia estaba en pie, alrededor de la cuna tratando de calmarle y consolarle, esta incomoda escena podía repetirse varias veces durante la noche. Mientras tanto el duendecillo que no adolecía de sueño, se carcajeaba sin cesar, saltando desde los pies a los hombros de los concurrentes a la habitación del infante.

     Pero un buen día y para su desdicha, Truco se introdujo en una vivienda donde residía, como uno más de la familia, Brisa la mascota de la casa, una graciosa, ágil y simpática ardilla, que tenía el privilegio de detectar a los invisibles duendes, cualidad ésta, que el travieso geniecillo ignoraba y una noche más, mientras la familia descansaba, efectuó su estúpida y pesada broma. Cuando todos llegaron al dormitorio, Brisa, al instante, descubrió la presencia de Truco que divertido con la escena se columpiaba en la lámpara, a la vez que apretaba y aflojaba la bombilla creando un ambiente algo siniestro; disimuladamente se fue acercando a él y, en un pispas lo atrapó con tal rapidez, que el duende travieso no tuvo tiempo de reaccionar y poder escabullirse. Con su preciado trofeo, la ardilla corrió al cuarto de baño y lo encerró en una burbuja jabonosa que ella misma construyó.

    -Serás mi prisionero -le dijo-, mientras no dejes de molestar a los bebés.

      Niños: Si alguna vez tenéis la suerte de descubrir un duende y, sí al igual que Truco se mostrara impertinente, ya sabéis como actuar para corregir sus malos hábitos: encerrarle en una burbuja de jabón, allí permanecerá atrapado, sin posibilidad de escapar, hasta que con un potente soplido destruyáis la pompita.

La bella durmiente


Érase una vez una reina que anhelaba desesperadamente tener hijos, y por fin, después de una larga espera, sus deseos se vieron cumplidos con la llegada al mundo de una preciosa niña; este acontecimiento llenó de gran regocijo a los soberanos y a todo el país.

El día del bautizo se celebraron los festejos más suntuosos conocidos en el reino hasta entonces, fueron invitadas como madrinas de la princesa las siete hadas más poderosas de la región, satisfechas por el detalle y en agradecimiento a los monarcas, cada una de ellas acercándose a la cuna de la princesita y tocándola con su varita mágica le fue otorgando un don especial:

“¡Serás la más hermosa de todas las doncellas!”.
“¡Tendrás la bondad de un ángel!”.
“¡Destacarás por tu agilidad y esbeltez!”
“¡Cantarás como un ruiseñor!”.
“¡Bailaras como una danzarina!”.
“¡Poseerás una habilidad especial para tañer cualquier instrumento musical!”.

Esta entrañable ceremonia se vio bruscamente interrumpida con la llegada de una misteriosa mujer, se trataba de un hada vieja, fea y perversa con gran poder, que hacía tiempo que andaba desaparecida y todo el mundo se había olvidado de su existencia.

-¡Conque no soy lo bastante importante para ser invitada a esta fiesta! –Manifestó, acercándose al trono y añadió furiosa- he aquí mi regalo especial para la infanta, así nunca más me olvidaréis: el día que la princesa cumpla diecisiete años se pinchará con un huso y morirá.

Al oír esta terrible sentencia, todos los invitados especialmente los monarcas se quedaron aterrados, pero faltaba un hada por otorgar una gracia a la princesa e intervino en ese momento tranquilizando a los padres:

-¡Majestades! No os preocupéis, vuestra hija no morirá, sino que dormirá profundamente durante cien años hasta que un apuesto príncipe la despierte.

Estas palabras vinieron a aliviar un poco el desconsuelo de los monarcas, no obstante tomaron toda clase de precauciones, mediante un sonoro bando a bombo y platillo se prohibieron en todo el palacio las agujas, objetos punzantes y especialmente los husos.

La vida de la princesa durante sus dieciséis primeros años transcurrió feliz, sin más sobresaltos y, todo el mundo terminó por olvidar la maldición, pero el día de su diecisiete onomástica, andaba la bella joven deambulando por palacio cuando encontró en una habitación a una viejecita hilando con su rueca, era el hada malvada disfrazada de bondadosa anciana:

- ¡Oh que labor tan interesante!, nunca había visto transformar la lana en hilo –dijo la princesita con natural asombro y curiosidad.
- ¿Queréis probar? –contesto la perversa mujer.
- ¿Puedo?, me gustaría mucho aprender a tejer una hebra tan fina –añadió la infanta.
- ¡Claro que sí!, ¡alteza!, con vuestra habilidad no tendréis ningún inconveniente.

La joven, inocentemente, cogió la rueca entre sus delicadas manos y entonces se produjo el fatal e inevitable maleficio: la princesa se pinchó en la yema de un dedo cayendo desvanecida y al instante quedó sumergida en un sueño tan profundo que por más que la zarandearon no la pudieron despertar. La depositaron en un lujoso lecho y por expreso deseo del rey se avisó al hada madrina que había proferido su despertar, ésta acudió rauda a la llamada del monarca y haciendo uso de sus extraordinarios poderes durmió a toda la corte para que al salir la princesa de su letargo no se encontrar sola y extraña.

Con el tiempo los alrededores del castillo se fue llenando de vegetación hasta crearse un frondoso bosque y así, oculto a la vista de todos entre los espesos árboles, permaneció cien largos años.

Un buen día, a un apuesto príncipe que merodeaba por los alrededores del bosque encantado, le llamó poderosamente la atención lo mágico del lugar, según se aproximaba vio como la vegetación se abría a su paso trazando un camino, lo siguió sin ningún temor hasta dar con la entrada de un suntuoso palacio, fue recorriendo todos los aposentos, sin dejar de sorprenderse al ver como todo el mundo dormía plácidamente, incluidos los animales, pero lo que le dejo del todo estupefacto fue el hallazgo de la alcoba donde se encontraba el lecho de la princesa, al contemplar su belleza exclamó: “¡Oh que hermosa es!” Y no pudiendo resistir la tentación depositar un beso en su boca; con este sencillo y sincero gesto de cariño, se acabó el maleficio y la princesa abrió los ojos despertando de su largo sueño dichosa y encantada al ver el hermoso rostro que se inclinaba ante ella, al mismo tiempo despertaron todos los habitantes del palacio reanudando sus tareas cotidianas, como si se hubieran acostado la noche anterior.

El príncipe quedó fascinado con la belleza y virtudes de la princesa, solo le disgustaba su indumentaria, aunque se guardó, muy mucho, de decirle que su vestido y complementos estaban pasados de moda. Hablaron durante largas horas y la joven se puso al corriente de los acontecimientos acaecidos en los últimos cien años.

Muy pronto entre grandes festejos tuvo lugar la ceremonia de la boda. En el momento de ocupar el trono, el príncipe se llevó a la Bella Durmiente a sus dominios, el matrimonio feliz y enamorado, fue bendecido con el nacimiento de dos hijos

Hansel y Gretel


En los lindes de un frondoso bosque vivía un leñador con sus dos hijos: Hansel que era el nombre del niño y Gretel el de la niña, eran muy pobres y cada vez el padre tenía más dificultades para trabajar y en consecuencia para alimentar a su familia. Abatido se lamentaba ante su esposa, mujer poco compasiva y nada bondadosa, con la que se había casado en segundas nupcias:
-¿Qué va a ser de nosotros?, si no hay nadie que me compre la leña. ¿Qué va a ser de los niños si no los puedo alimentar?
-Deja de quejarte que yo tengo la solución, -contestó enérgica la mujer.
La madrastra de los pequeños que solo anhelaba perderlos de vista, vio que la ocasión era propicia para ejecutar su malvado plan, y continuó persuadiendo al angustiado padre:
-Sólo hay una salida, deshacernos de ellos.
-¡Pero mujer!, ¿qué dices? –contestó el padre abrumado.
-Los llevaremos al bosque y los dejaremos con un pedazo de pan y un buen fuego para pasar la noche, en un lugar donde no puedan encontrar el camino de vuelta, -replico la mujer.
-¡Te has vuelto loca! ¡Cómo voy a hacer eso con mis hijos! se los comerían las fieras.
-No te preocupes ya son lo suficientemente mayorcitos, para valerse por sí solos, si viven en casa moriremos todos de hambre.
Tanto insistió la perversa madrastra que terminó por vencer la resistencia del padre.
Los pequeños que ya estaban acostados, pero el hambre los mantenía en vela, oyeron la conversación que mantenía su padre y su madrastra y Gretel, muy asustada, comenzó a llorar desconsoladamente, su hermano la tranquilizó:
-No llores, se me acaba de ocurrir un plan para poder volver a casa, mañana te lo mostraré, ahora duerme tranquila.
Al día siguiente se levantaron muy temprano a los gritos de la mujer:
-¡Vamos holgazanes, levantaos, que hay que ir a trabaja!
El niño saltó corriendo de la cama y salió a recoger pedernales, piedras muy blancas, que destacaban por su color a la luz de la luna y las fue guardando en los bolsillos.
Antes incluso de la salida del sol, todos se pusieron en marcha y se fueron adentrando cada vez más en el espeso bosque, el niño frecuentemente volvía la vista a ver si continuaba viendo la casa, cuando ya oculta tras los árboles solo se divisaba la chimenea, comenzó a echar piedrecitas a cada paso; al llegar a una pequeña explanada lo suficientemente alejada la madrastra les dijo:
-¡Niños quedaros aquí, mientras nosotros cortamos la leña!
El padre abrumado por el dolor y los remordimientos, les dio un pedacito de pan y recogiendo la leña de los alrededores encendió un buen fuego. Los pequeños al calor de la lumbre, después del madrugón, el cansancio de la caminata y de fondo el familiar sonido del hacha cortando la leña, se quedaron profundamente dormidos, y solo se despertaron ya entrada la noche, con los mil extraños ruidos del bosque, Gretel muy asustada comenzó a llorar, una vez más su hermano la consoló y tranquilizó:
-Espera un poco que está a punto de salir la luna y entonces veremos brillar las piedrecitas, que a cada paso he ido soltando por el camino.
-¡Esta bien!, pero tengo mucho frio.
De esta manera los atemorizados niños, gracias a la estratagema de Hansel pudieron encontrar el camino de vuelta a su casa, cuando llamaron a la puerta a la madrastra casi le da un soponcio, mientras que su padre los recibió con gran alivio, regocijo y contento.
-Mañana los volveremos a llevar al bosque y los dejaremos más adentro aún. –Dijo la esposa cuando volvió a quedarse solo el matrimonio.
-¡Mujer ya nos arreglaremos! –respondió el hombre.
-¡Pero no ves, “alma de cántaro” que no tenemos nada que comer!
Una vez más el apesadumbrado pero débil padre, cedió a los perversos deseos de su mujer.
Cuando al día siguiente, de improviso, los pequeños nuevamente tuvieron que levantarse muy temprano para volver al bosque, Hansel no pudo salir a recoger piedrecitas porque la puerta estaba cerrada con llave, cogió el mendrugo de pan que le correspondía y fue echando miguitas de pan por todo el recorrido. Se adentraron en el bosque mucho más y más que el día anterior, el padre volvió a encenderles fuego y la madrastra les obligó a sentarse y cuidar de que no se apagara, hasta que ellos volvieran de hacer la leña. Una vez más los pequeños se quedaron dormidos despertando de noche, pero no pudieron encontrar el camino de vuelta porque el pan se lo habían comido los pajaritos.
Hansel cogió a Gretel (paralizada por el pánico) de la mano, tratando de disimular el miedo que él mismo sentía y comenzaron a caminar por la espesura, continuamente alertaban sus oídos ruidos distintos y extraños; las sombras, a la luz de la luna, parecían tener vida propia; a cada paso que daban saltaba o salía volando algún animal tan asustado como ellos, pero que venía a incrementar su terror, por más que caminaban no acertaban a dar con la salida del denso bosque. Al miedo que sentían vino a sumarse el dolor que produce el hambre y el frio, convencidos de terminar siendo presa de alguna fiera y su alimento y a punto de caer desfallecidos estaban, cuando vieron a lo lejos una lucecita, esperanzados, sacaron fuerzas de flaqueza y corrieron hacia ella, al acercarse, ¡oh milagro! La casita estaba construida de chocolate y adornada con los dulces más exquisitos de la época: relieves de bizcocho, ventanales de caramelo, columnas de mazapán y un sinfín de exquisiteces más adornaban por doquier.
Tan hambrientos y necesitados se encontraban que no pudieron resistir la tentación de comenzar a ingerir tamaños deleites, sin reparar en las posibles consecuencias; ocupados en estos agradables menesteres se encontraban los dos hermanos, cuando se abrió la puerta y salió una horrible bruja. que gustaba de alimentarse de niños y les había preparado la casita de chocolate como trampa para atraparlos, pero como los niños ignoraban esta circunstancia consiguió engañarlos.
-Pasar pequeños, que dentro tengo manjares más exquisitos.
Sin terminar de fiarse del todo los niños entraron en la casa, al menos esta mujer parecía más amable que su madrastra, pero solo lo parecía, una vez dentro cerró la puerta con llave y dirigiéndose a Hansel dijo:
-Me servirás de alimento mientras tu hermana trabajará como sirvienta antes de que me la coma a ella también, pero solo tienes huesos, tendremos que engordarte bastante, para poder darme un buen festín.
Contra la fuerza y maldad de la bruja, de nada sirvió la resistencia del niño, ni el llanto de la niña, agarró con fuerza por un brazo a Hansel y le encerró en una jaula con gruesos barrotes, mientras su hermana, le servía todos los días sabrosos alimentos, cuando pasaba la perversa vieja a revisar si ya estaba lo suficientemente gordo como para comérselo y le pedía que sacara un dedo por entre los barrotes, el niño aprovechando que la vista de la bruja no era buena, le enseñaba un hueso de pollo. Cansada, después de varios días repitiéndose el mismo ritual, ordenó a Gretel que preparara el horno.
-¡Prepara el horno, "mocosa"!, que gordo o no, hoy voy a comerme a tu hermano.
-¡Está bien!, –respondió la niña disimulando sumisión.
-¿Está ya listo el horno? Pregunto la vieja, con impaciencia, después de un buen rato de espera.
- No lo sé venga usted a verlo –contesto Gretel aterrada- nunca antes había hecho esta tarea.
La bruja se acercó refunfuñando, “que inutilidad de niña” metió parte del cuerpo para inspeccionar bien el horno y Gretel pensando tan solo en salvar a su hermano, la empujo con tal fuerza que cayo dentro del candente asador, cerro rápidamente la puerta, y así tuvo el castigo que merecía. Corrió la pequeña a liberar a su hermano y los dos llenos de gozo se dieron un enorme abrazo.
En casa de la bruja no solo había golosinas, había también un variado y enorme tesoro, el niño lleno cuanto pudo sus bolsillos de perlas y piedras preciosas, la niña recogiendo su delantal por los extremos, y recogió a su vez, un cuantioso tesoro. Salieron corriendo y volvieron a tropezar con el bosque, pero como era de día, se fueron orientando por el recorrido del sol hasta llegar a un lugar que les era familiar, ¡qué alegría tan grande!, para los pequeños, cuando por fin divisaron la casa de su padre, corrieron hacia ella, y le encontraron todo apesadumbrado, no había dejado de pensar en ellos ni un momento desde que los abandonara en el bosque, e incluso, cuando murió su malvada mujer, se acercaba todos los días con la esperanza de encontrarlos.
Los niños abrazaron a su padre y contaron su aventura, le entregaron el tesoro y los tres vivieron muy felices sin volver a saber lo que era pasar penurias.

Garbancito


Hace algún tiempo, no mucho, existió un niño tan pequeño que apenas tenía el tamaño de un garbanzo, motivo por el cual todo el mundo le llamara Garbancito.
A pesar de su diminuta estatura no dejaba de ayudar a sus padres en las tareas diarias. Con frecuencia su mamá le mandaba a comprar alguna cosa a la tienda del pueblo.
-¡Garbancito!.
-Sí mamá.
-Toma hijo, esta moneda y ve a comprar un paquetito de azafrán, -dijo la madre a la vez que le advertía- pero ten mucho cuidado no vaya a pisarte alguien.
-No te preocupes mamá, ya que no me pueden ver iré cantando y así todo el mundo podrá oírme.

¡Pachín, pachán, pachín!
Mucho cuidado con lo que hacéis
¡Pachín, pachán, pachín!
A Garbancito no peséis.

En el establecimiento ocurría siempre lo mismo, veían antes la moneda moviéndose ágilmente por el suelo que a su portador, Garbancito gritaba lo que deseaba y al instante se lo acercaban y de vuelta a casa repetía una y otra vez su canción, y todo aquel que se cruzaba con Garbancito ponía mucho empeño y cuidado en no aplastar al pequeño.

También en el campo, el minúsculo muchacho, era de gran ayuda, su papá solamente tenía que ocuparse de subirle al caballo, cosa que no le costaba ningún trabajo teniendo en cuenta su tamaño. Una vez a lomos de su montura, Garbancito trepaba por el pelo del animal hasta llegar a la oreja donde después de instalarse cómodamente, con su pequeña pero aguda voz daba órdenes tan contundentes al rocín que éste obedecía al instante y sin chistar, y mientras el pequeño hacia una de tantas tareas, su padre podía aprovechaba el tiempo ocupándose de otra distinta.

Un buen día, en un descuido, Garbancito se cayó del caballo y fue a dar con sus huesos en una mullidita hortaliza que afortunadamente amortiguo el golpe y no sufrió ningún daño, pero no tuvo tanta suerte cuando se le acercó Pestiña, una vaca glotona que pastaba cerca de allí y sin darle tiempo a escapar lo engulló de un bocado. Cuando los padres se percataron de su desaparición, durante tres interminables días le buscaron con gran insistencia y desesperación por todos los alrededores sin poder dar con su paradero, pero no se daban por vencidos y el cuarto día, mientras ordeñaban en el establo, seguían clamando:
-¡Garbancito! ¿Dónde estás? -Gritaba su madre.
-¡Estoy aquí, mamá! En el estómago de la vaca Pestiña.
-¡Garbancito! ¿Dónde estás? -Exclamaba su padre.
-¡Estoy aquí, papá! en el la tripita de la vaca Pestiña.

Por fin, y no sin alivio, oyeron la voz del pequeño que no dejaba de repetir, con gran esfuerzo desde el vientre de el buey:
-¡Estoy aquí! En la tripita de la vaca Pestiña.

Los padres se apresuraron a sobrealimentar al animal, para que expulsara a Garbancito antes de que se asfixiara y después de mucho ingerir, Garbancito salió entre las heces de la vaca. Los papás le abrazaron, locos de alegria, e inmediatamente se fueron todos a la ducha mientras cantaban alegres y al unísono:
¡Pachín, pachán, pachín!
Mucho cuidado con lo que hacéis
¡Pachín, pachán, pachín!
A Garbancito no peséis.

El flautista de Hamelin


En tiempos remotos, existió una hermosa y próspera ciudad llamada Hamelín. Un buen día, la opulenta y apacible vida de sus ciudadanos, se vio alterada por el inesperado ataque de una devastadora plaga de ratones que se paseaba por las calles sin el menor decoro, a la vista de todo el mundo y lo que era peor aún, penetraban en sus viviendas y demás propiedades devorando cuantos alimentos encontraban a su paso.

La población aterrorizada no sabía como combatir tan destructora invasión, (con los gatos no se podían contar, más asustados que las personas, habían huido del lugar) reunida en asamblea acordaron y propagaron, mediante un sonoro bando, pagar con cincuenta monedas de oro, a la persona que lograra librarles de los roedores.

Varios fueron los intentos pero sin éxito, hasta que un buen día apareció un extraño personaje, desconocido para los lugareños, prometiendo acabar, él solito y de una vez por todas con la indeseable plaga, después de ponerse de acuerdo en la forma de pago con las autoridades, sacó, de uno de los bolsillos de su estrafalaria indumentaria, una original flauta y nada más comenzar a oírse los primeros acordes empezaron a acudir ratones de todos los rincones y a seguir los pasos del flautista; el singular sujeto continuó tocando hasta llegar a un río que podía cruzar a pie, se introdujo en él y detrás los roedores ahogándose al instante.

Los moradores de Hamelín pudieron respirar tranquilos y volvieron despreocupados a su cómoda y rutinaria vida, pero cometieron un terrible error: negarse a pagar la recompensa prometida al flautista. Tacaños y ambiciosos, les parecía un despilfarro pagar tanto oro por arrancar unas cuantas notas a un sencillo instrumento musical.

El joven enojado, comenzó de nuevo a tocar la flauta y esta vez fueron los niños los que extasiados seguían los mágicos acordes del instrumento, impávidos, haciendo oídos sordos, a las desgarradoras suplicas de sus padres para que volvieran, todos los niños seguían entusiasmados la misterioso músico, todos menos uno que era cojito y volvió a la urbe ante la imposibilidad de seguir a los demás. El flautista, en esta ocasión no se dirigió hacia el río, tomo un camino distinto y tan desconocido como misterioso para los habitantes de Hamelín que por más que buscaron no consiguieron encontrar a los pequeños. Hamelín a la vez que sin ratones, se quedó también triste y desolada, sin niños, por la codicia de sus ciudadanos.

Un radiante mañana, el único niño de Hamelín que andaba jugando por los alrededores de la ciudad, tropezó con algo que se asemejaba a un instrumento de viento e inmediatamente trató de sacarle algún sonido, al instante surgió la melodía además, de un prodigioso milagro, no lejos de allí la montaña que bordeaba el Este de la ciudad se resquebrajó y de sus entrañas salieron con grandes nuestras de júbilo y alegre griterío todos los niños desaparecidos, que para su bien no recordaban nada de los sucedido, en cambio los mayores no olvidaron jamás y tuvieron buen cuidado, a partir de entonces, de no volver a traicionar la confianza de nadie.

Blancanieves


Érase una vez una reina que soñaba con tener una hija de piel tan blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y pelo negro como el ébano. Tan ferviente era su deseo que no tardó en hacerse realidad dando alud a una preciosa niña a la que puso por nombre Blancanieves por poseer las cualidades que ella tanto había deseado, pero desgraciadamente la felicidad en palacio no duró mucho, la reina murió siendo la princesita muy pequeña y el padre no tardó en volverse a casar con una bella pero cruel mujer.

La madrastra de Blancanieves poseía un espejo mágico que tenía la cualidad de hablar, obsesionada como estaba por su apariencia física, todas las mañanas se acercaba a preguntarle:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-No mi reina y señora, tu eres la mujer más bella del reino, -contesta el espejo sin faltar a la verdad, a la vez que le devolvía su bella imagen.

Mientras todos los días se repetía esta misma escena, Blancanieves se fue haciendo mayor hasta llegar a convertirse en una hermosa joven. Un buen día al levantarse la reina y preguntar al espejo como de costumbre:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora hay otra más bella que tú, -respondió el espejo.
-Y ¿quién es esa mujer? -gritó indignada la perversa e envidiosa reina.
-Blancanieves es ahora la mujer más hermosa de la tierra.

Enfurecida la reina se apresuró a buscar un cazador de toda su confianza y le ordenó: “Coge a Blancanieves y llévala a lo más profundo del bosque, allí deshazte de ella dándole muerte y me tienes que traer el corazón como prueba de que has cumplido mi deseo”.

El cazador no se atrevió a replicar a la malvada soberana y se fue en busca de Blancanieves, con engaños la llevó montada a caballo hasta el corazón del bosque, pero llegado el momento no tuvo valor para matar a la niña, en cambio compadecido de ella, el sirviente le puso al corriente de la misión que le había encomendado su madrastra. “Debes de huir lo más rápido y lejos posible, y esconderte muy bien para que jamás te encuentre tu pérfida madrastra” –con este consejo trató de tranquilizar a la asustada joven-. El paje se alejó a galope tendido, en el camino sacrificó un cervatillo y con el corazón aún caliente se lo entregó a la aviesa reina.

Blancanieves, aterrada, comenzó a caminar por el bosque, sin saber muy bien hacia donde se dirigía, después de deambular toda la noche vio a lo lejos una casita, llamó a la puerta, pero como nadie le respondía y la puerta no estaba cerrada con llave la empujó y pasó dentro, lo primero que vio fue una agradable estancia; situada en el centro había una mesa preparada para siete comensales, rodeada de siete sillitas, como estaba hambrienta y cansada se sentó en una de las pequeñas sillas y estuvo probar la comida, después subió al piso superior donde había un dormitorio con siete diminutas camitas y como no había dormido en toda la noche, se acostó en la que le pareció algo más grande quedándose profundamente dormida.

Era la casita de los siete enanitos que vivían en el bosque, cuando estos llegaron del trabajo y vieron la puerta abierta se precipitaron dentro algo asustados.
-Alguien se ha sentado en mi sillita, -Dijo uno de los hermanos.
-Alguien ha usado mis cubiertos. -Respondió otro.
-Alguien ha comido en mi plato. –Añadió un tercero.
-Hay una niña en mi camita. -Dijo el mayor de todos.

Los enanitos quedaron extasiados al ver la preciosa niña que encontraron en su casa, en silencio para no despertar y pacientemente la estuvieron contemplándola largo rato, hasta que despertó algo desorientada y sobresaltada.
-¡Oh! ¿Qué es esto?
-No te asustes pequeña, no vamos a hacerte nada. –Dijeron los enanos, mientras acercaban sus caritas curiosas con cariño hacia la niña-. Nos gustaría conocer tu nombre.
-Me llamó Blancanieves.
Y a continuación contó a los enanitos todas sus peripecias.
-No te preocupes, -contestaron todos a coro- puedes quedarte a vivir con nosotros.
-Me quedaré encantada, no tengo a donde ir.
-¿Sabes hacer las tareas caseras? –Preguntó uno de los enanos.
-Claro, se hacer de todo: cocinar, lavar, tejer, hacer las camas y me gusta tener todo limpio y ordenado.

Y así fue como la joven pasó de vivir en un palacio con todo lujo de detalles y comodidades pero infeliz, a la diminuta casita del bosque trabajando como una aldeana plena y dichosa.

Se complementaban a las mil maravillas, mientras los siete hermanos se iban a trabajar, Blancanieves cumplía con todos sus deberes domésticos, una de las cosas que más gustaba a los enanitos eran los exquisitos postres a base de manzanas y frutos del bosque conque les deleitaba el final de las comidas.

Lejos de tan idílica vida, la reina, convencida de la muerte de su hijastra, se olvidó por completo y por mucho tiempo de su espejo mágico pero, un buen día invernal frio y nublado, en el que se sentía acometida por el aburrimiento y deseosa de hacer alguna maldad, se acercó al singular objeto y de buenas a primeras le preguntó:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora hay otra mujer más bella que tú, -respondió el espejo.
-Y ¿quién es esa mujer? –vociferó incrédula e indignada.
-Es Blancanieves -respondió el espejo.
-¡Cómo! ¿No está muerta? ¿Dónde se encuentra? –Dijo lo mala mujer más alterada que nunca.
-Al claro del bosque irás, y en la casita de siete enanos que son hermanos la encontrarás. –Repuso sin inmutarse, ni alterar su voz el espejo.

Rápidamente la siniestra soberana consorte, se puso manos a la obra para destruir de una vez por todas a su odiada hijastra, disfrazada de aldeana cogió un cesto y lo lleno de manzanas, seleccionó la más suculenta e introdujo veneno en su mitad, buscó la casita del claro del bosque y llamó a la puerta, Blancanieves no se atrevió a abrir, por expresa advertencia de sus amigos los enanitos que no querían que nada malo le ocurriera, pero no tuvo más remedio que asomarse a la venta para ver quién era el visitante, este fue el terrible momento que aprovechó la madrastra para invitarla a probar la manzana, la niña se resistió en un principio agradeciendo el detalle a lo que ella creía una buena acción de una sincera y sencilla mujer, entonces la bruja la mordió por el lado que no contenía veneno, convencida la niña de que nada malo podía pasarle, sucumbió a la tentación de probar la jugosa fruta, e inmediatamente sin haber siquiera tragado el bocado, cayó desvanecida al suelo.

Cuando volvieron los enanitos creyéndola muerta, la metieron en una urna de cristal para no dejar de contemplarla ni un instante, después de velarla varios días decidieron que había que enterrarla. Se formó una pequeña comitiva que marchaba desolada a darle sepultura, quiso la divina providencia que en el camino se cruzaran con un apuesto príncipe que inmediatamente quedó prendado de la bella joven que iba en el féretro y que no parecía muerta sino dormida. Los enanitos le contaron la triste historia de Blancanieves, el joven conmovido, comento enérgico: “esta princesa es digna de ser enterrada en un panteón real, me la llevaré a mi país y allí tendrá la sepultura que merece”. Cuando la iban a subir a un carruaje para ser transportada al reino del príncipe, la torpeza de un paje al tropezar y caer tuvo un desenlace feliz, Blancanieves expulso el bocado de manzana que se le había quedado en la boca despertando al instante de su letargo. La felicidad de todos fue indescriptible, y el viaje fúnebre en principio, pasó a ser una alegre algarabía, los enanitos también se fueron a vivir a palacio y ya nunca se separarían de su querida princesita.

El príncipe confesó su amor a Blancanieves, que fue correspondido por parte de la joven y organizaron lo boda con grandes pompas por todo el reino.

A los festejos fue invitada la madrastra que no quiso desprenderse de su espejo. El día de la ceremonia nada más despertar se acercó y le hizo la pregunta de rigor:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora Blancanieves es más hermosa que tú.

Enfurecida la reina cogió el espejo y lo rompió en mil pedazos, y cada uno de estos le respondía:
-Sí mi reina y señora Blancanieves es más hermosa que tú, ja, ja, ja.

Enloquecida por el clamor se acercó a la ventana y se lanzó al vacío, muriendo en el acto, en los festejos nadie la echo en falta.

Los nuevos esposos vivieron felices, sin más sobresaltos.