domingo, 10 de marzo de 2013

Bibliografía



Blog hecho por: Lau Huerta.

Bibliografía:

  • http://www.musica.com/letras.asp?letras=17810&orden=vis
  • http://www.silvitablanco.com.ar/cancionesdecuna/dormir.htm
  • http://www.elhuevodechocolate.com/cuentos/cuentos9.htm
  • http://compatic12.blogspot.com.es/2012/05/cuentos-infantiles-tradicionales.html
  • http://juanimaestrainfantil.blogspot.com.es/
  • http://www.juegosyeducacion.com/fabulas_infantiles_index.html
  • http://www.britesa.com/cuentos/cuentos%20cl.html





El duendecillo travieso


 Allá por aquellos tiempos en donde los duendes se movían a sus anchas entre los humanos sin que se hubiera inventado ningún aparato detector que revelara su presencia, existía Truco, duendecillo muy popular entre sus congéneres por sus travesuras, fama que le asistía muy justamente, ya que, amparándose en su cualidad de ente invisible se divertía burlándose de todo bicho viviente.

      El pasatiempos favorito de Truco, no era otro, que el de deslizarse dentro de aquellos hogares donde había niños pequeños, en especial recién nacidos, traspasando las paredes, ni siquiera se molestaba en abrir las puertas, cuando alguien le reprendía por ello, siempre respondía con la misma frase:

      -¡Para qué, ja, ja...!, hacer un esfuerzo inútil.

     Una vez dentro perpetraba su fechoría favorita, que consistía en arrancar de golpe y porrazo el chupete al bebé de la casa mientras éste dormía placidamente, el chiquitín asustado e indignado rompía a llorar tan estrepitosamente que al instante toda la familia estaba en pie, alrededor de la cuna tratando de calmarle y consolarle, esta incomoda escena podía repetirse varias veces durante la noche. Mientras tanto el duendecillo que no adolecía de sueño, se carcajeaba sin cesar, saltando desde los pies a los hombros de los concurrentes a la habitación del infante.

     Pero un buen día y para su desdicha, Truco se introdujo en una vivienda donde residía, como uno más de la familia, Brisa la mascota de la casa, una graciosa, ágil y simpática ardilla, que tenía el privilegio de detectar a los invisibles duendes, cualidad ésta, que el travieso geniecillo ignoraba y una noche más, mientras la familia descansaba, efectuó su estúpida y pesada broma. Cuando todos llegaron al dormitorio, Brisa, al instante, descubrió la presencia de Truco que divertido con la escena se columpiaba en la lámpara, a la vez que apretaba y aflojaba la bombilla creando un ambiente algo siniestro; disimuladamente se fue acercando a él y, en un pispas lo atrapó con tal rapidez, que el duende travieso no tuvo tiempo de reaccionar y poder escabullirse. Con su preciado trofeo, la ardilla corrió al cuarto de baño y lo encerró en una burbuja jabonosa que ella misma construyó.

    -Serás mi prisionero -le dijo-, mientras no dejes de molestar a los bebés.

      Niños: Si alguna vez tenéis la suerte de descubrir un duende y, sí al igual que Truco se mostrara impertinente, ya sabéis como actuar para corregir sus malos hábitos: encerrarle en una burbuja de jabón, allí permanecerá atrapado, sin posibilidad de escapar, hasta que con un potente soplido destruyáis la pompita.

La bella durmiente


Érase una vez una reina que anhelaba desesperadamente tener hijos, y por fin, después de una larga espera, sus deseos se vieron cumplidos con la llegada al mundo de una preciosa niña; este acontecimiento llenó de gran regocijo a los soberanos y a todo el país.

El día del bautizo se celebraron los festejos más suntuosos conocidos en el reino hasta entonces, fueron invitadas como madrinas de la princesa las siete hadas más poderosas de la región, satisfechas por el detalle y en agradecimiento a los monarcas, cada una de ellas acercándose a la cuna de la princesita y tocándola con su varita mágica le fue otorgando un don especial:

“¡Serás la más hermosa de todas las doncellas!”.
“¡Tendrás la bondad de un ángel!”.
“¡Destacarás por tu agilidad y esbeltez!”
“¡Cantarás como un ruiseñor!”.
“¡Bailaras como una danzarina!”.
“¡Poseerás una habilidad especial para tañer cualquier instrumento musical!”.

Esta entrañable ceremonia se vio bruscamente interrumpida con la llegada de una misteriosa mujer, se trataba de un hada vieja, fea y perversa con gran poder, que hacía tiempo que andaba desaparecida y todo el mundo se había olvidado de su existencia.

-¡Conque no soy lo bastante importante para ser invitada a esta fiesta! –Manifestó, acercándose al trono y añadió furiosa- he aquí mi regalo especial para la infanta, así nunca más me olvidaréis: el día que la princesa cumpla diecisiete años se pinchará con un huso y morirá.

Al oír esta terrible sentencia, todos los invitados especialmente los monarcas se quedaron aterrados, pero faltaba un hada por otorgar una gracia a la princesa e intervino en ese momento tranquilizando a los padres:

-¡Majestades! No os preocupéis, vuestra hija no morirá, sino que dormirá profundamente durante cien años hasta que un apuesto príncipe la despierte.

Estas palabras vinieron a aliviar un poco el desconsuelo de los monarcas, no obstante tomaron toda clase de precauciones, mediante un sonoro bando a bombo y platillo se prohibieron en todo el palacio las agujas, objetos punzantes y especialmente los husos.

La vida de la princesa durante sus dieciséis primeros años transcurrió feliz, sin más sobresaltos y, todo el mundo terminó por olvidar la maldición, pero el día de su diecisiete onomástica, andaba la bella joven deambulando por palacio cuando encontró en una habitación a una viejecita hilando con su rueca, era el hada malvada disfrazada de bondadosa anciana:

- ¡Oh que labor tan interesante!, nunca había visto transformar la lana en hilo –dijo la princesita con natural asombro y curiosidad.
- ¿Queréis probar? –contesto la perversa mujer.
- ¿Puedo?, me gustaría mucho aprender a tejer una hebra tan fina –añadió la infanta.
- ¡Claro que sí!, ¡alteza!, con vuestra habilidad no tendréis ningún inconveniente.

La joven, inocentemente, cogió la rueca entre sus delicadas manos y entonces se produjo el fatal e inevitable maleficio: la princesa se pinchó en la yema de un dedo cayendo desvanecida y al instante quedó sumergida en un sueño tan profundo que por más que la zarandearon no la pudieron despertar. La depositaron en un lujoso lecho y por expreso deseo del rey se avisó al hada madrina que había proferido su despertar, ésta acudió rauda a la llamada del monarca y haciendo uso de sus extraordinarios poderes durmió a toda la corte para que al salir la princesa de su letargo no se encontrar sola y extraña.

Con el tiempo los alrededores del castillo se fue llenando de vegetación hasta crearse un frondoso bosque y así, oculto a la vista de todos entre los espesos árboles, permaneció cien largos años.

Un buen día, a un apuesto príncipe que merodeaba por los alrededores del bosque encantado, le llamó poderosamente la atención lo mágico del lugar, según se aproximaba vio como la vegetación se abría a su paso trazando un camino, lo siguió sin ningún temor hasta dar con la entrada de un suntuoso palacio, fue recorriendo todos los aposentos, sin dejar de sorprenderse al ver como todo el mundo dormía plácidamente, incluidos los animales, pero lo que le dejo del todo estupefacto fue el hallazgo de la alcoba donde se encontraba el lecho de la princesa, al contemplar su belleza exclamó: “¡Oh que hermosa es!” Y no pudiendo resistir la tentación depositar un beso en su boca; con este sencillo y sincero gesto de cariño, se acabó el maleficio y la princesa abrió los ojos despertando de su largo sueño dichosa y encantada al ver el hermoso rostro que se inclinaba ante ella, al mismo tiempo despertaron todos los habitantes del palacio reanudando sus tareas cotidianas, como si se hubieran acostado la noche anterior.

El príncipe quedó fascinado con la belleza y virtudes de la princesa, solo le disgustaba su indumentaria, aunque se guardó, muy mucho, de decirle que su vestido y complementos estaban pasados de moda. Hablaron durante largas horas y la joven se puso al corriente de los acontecimientos acaecidos en los últimos cien años.

Muy pronto entre grandes festejos tuvo lugar la ceremonia de la boda. En el momento de ocupar el trono, el príncipe se llevó a la Bella Durmiente a sus dominios, el matrimonio feliz y enamorado, fue bendecido con el nacimiento de dos hijos

Hansel y Gretel


En los lindes de un frondoso bosque vivía un leñador con sus dos hijos: Hansel que era el nombre del niño y Gretel el de la niña, eran muy pobres y cada vez el padre tenía más dificultades para trabajar y en consecuencia para alimentar a su familia. Abatido se lamentaba ante su esposa, mujer poco compasiva y nada bondadosa, con la que se había casado en segundas nupcias:
-¿Qué va a ser de nosotros?, si no hay nadie que me compre la leña. ¿Qué va a ser de los niños si no los puedo alimentar?
-Deja de quejarte que yo tengo la solución, -contestó enérgica la mujer.
La madrastra de los pequeños que solo anhelaba perderlos de vista, vio que la ocasión era propicia para ejecutar su malvado plan, y continuó persuadiendo al angustiado padre:
-Sólo hay una salida, deshacernos de ellos.
-¡Pero mujer!, ¿qué dices? –contestó el padre abrumado.
-Los llevaremos al bosque y los dejaremos con un pedazo de pan y un buen fuego para pasar la noche, en un lugar donde no puedan encontrar el camino de vuelta, -replico la mujer.
-¡Te has vuelto loca! ¡Cómo voy a hacer eso con mis hijos! se los comerían las fieras.
-No te preocupes ya son lo suficientemente mayorcitos, para valerse por sí solos, si viven en casa moriremos todos de hambre.
Tanto insistió la perversa madrastra que terminó por vencer la resistencia del padre.
Los pequeños que ya estaban acostados, pero el hambre los mantenía en vela, oyeron la conversación que mantenía su padre y su madrastra y Gretel, muy asustada, comenzó a llorar desconsoladamente, su hermano la tranquilizó:
-No llores, se me acaba de ocurrir un plan para poder volver a casa, mañana te lo mostraré, ahora duerme tranquila.
Al día siguiente se levantaron muy temprano a los gritos de la mujer:
-¡Vamos holgazanes, levantaos, que hay que ir a trabaja!
El niño saltó corriendo de la cama y salió a recoger pedernales, piedras muy blancas, que destacaban por su color a la luz de la luna y las fue guardando en los bolsillos.
Antes incluso de la salida del sol, todos se pusieron en marcha y se fueron adentrando cada vez más en el espeso bosque, el niño frecuentemente volvía la vista a ver si continuaba viendo la casa, cuando ya oculta tras los árboles solo se divisaba la chimenea, comenzó a echar piedrecitas a cada paso; al llegar a una pequeña explanada lo suficientemente alejada la madrastra les dijo:
-¡Niños quedaros aquí, mientras nosotros cortamos la leña!
El padre abrumado por el dolor y los remordimientos, les dio un pedacito de pan y recogiendo la leña de los alrededores encendió un buen fuego. Los pequeños al calor de la lumbre, después del madrugón, el cansancio de la caminata y de fondo el familiar sonido del hacha cortando la leña, se quedaron profundamente dormidos, y solo se despertaron ya entrada la noche, con los mil extraños ruidos del bosque, Gretel muy asustada comenzó a llorar, una vez más su hermano la consoló y tranquilizó:
-Espera un poco que está a punto de salir la luna y entonces veremos brillar las piedrecitas, que a cada paso he ido soltando por el camino.
-¡Esta bien!, pero tengo mucho frio.
De esta manera los atemorizados niños, gracias a la estratagema de Hansel pudieron encontrar el camino de vuelta a su casa, cuando llamaron a la puerta a la madrastra casi le da un soponcio, mientras que su padre los recibió con gran alivio, regocijo y contento.
-Mañana los volveremos a llevar al bosque y los dejaremos más adentro aún. –Dijo la esposa cuando volvió a quedarse solo el matrimonio.
-¡Mujer ya nos arreglaremos! –respondió el hombre.
-¡Pero no ves, “alma de cántaro” que no tenemos nada que comer!
Una vez más el apesadumbrado pero débil padre, cedió a los perversos deseos de su mujer.
Cuando al día siguiente, de improviso, los pequeños nuevamente tuvieron que levantarse muy temprano para volver al bosque, Hansel no pudo salir a recoger piedrecitas porque la puerta estaba cerrada con llave, cogió el mendrugo de pan que le correspondía y fue echando miguitas de pan por todo el recorrido. Se adentraron en el bosque mucho más y más que el día anterior, el padre volvió a encenderles fuego y la madrastra les obligó a sentarse y cuidar de que no se apagara, hasta que ellos volvieran de hacer la leña. Una vez más los pequeños se quedaron dormidos despertando de noche, pero no pudieron encontrar el camino de vuelta porque el pan se lo habían comido los pajaritos.
Hansel cogió a Gretel (paralizada por el pánico) de la mano, tratando de disimular el miedo que él mismo sentía y comenzaron a caminar por la espesura, continuamente alertaban sus oídos ruidos distintos y extraños; las sombras, a la luz de la luna, parecían tener vida propia; a cada paso que daban saltaba o salía volando algún animal tan asustado como ellos, pero que venía a incrementar su terror, por más que caminaban no acertaban a dar con la salida del denso bosque. Al miedo que sentían vino a sumarse el dolor que produce el hambre y el frio, convencidos de terminar siendo presa de alguna fiera y su alimento y a punto de caer desfallecidos estaban, cuando vieron a lo lejos una lucecita, esperanzados, sacaron fuerzas de flaqueza y corrieron hacia ella, al acercarse, ¡oh milagro! La casita estaba construida de chocolate y adornada con los dulces más exquisitos de la época: relieves de bizcocho, ventanales de caramelo, columnas de mazapán y un sinfín de exquisiteces más adornaban por doquier.
Tan hambrientos y necesitados se encontraban que no pudieron resistir la tentación de comenzar a ingerir tamaños deleites, sin reparar en las posibles consecuencias; ocupados en estos agradables menesteres se encontraban los dos hermanos, cuando se abrió la puerta y salió una horrible bruja. que gustaba de alimentarse de niños y les había preparado la casita de chocolate como trampa para atraparlos, pero como los niños ignoraban esta circunstancia consiguió engañarlos.
-Pasar pequeños, que dentro tengo manjares más exquisitos.
Sin terminar de fiarse del todo los niños entraron en la casa, al menos esta mujer parecía más amable que su madrastra, pero solo lo parecía, una vez dentro cerró la puerta con llave y dirigiéndose a Hansel dijo:
-Me servirás de alimento mientras tu hermana trabajará como sirvienta antes de que me la coma a ella también, pero solo tienes huesos, tendremos que engordarte bastante, para poder darme un buen festín.
Contra la fuerza y maldad de la bruja, de nada sirvió la resistencia del niño, ni el llanto de la niña, agarró con fuerza por un brazo a Hansel y le encerró en una jaula con gruesos barrotes, mientras su hermana, le servía todos los días sabrosos alimentos, cuando pasaba la perversa vieja a revisar si ya estaba lo suficientemente gordo como para comérselo y le pedía que sacara un dedo por entre los barrotes, el niño aprovechando que la vista de la bruja no era buena, le enseñaba un hueso de pollo. Cansada, después de varios días repitiéndose el mismo ritual, ordenó a Gretel que preparara el horno.
-¡Prepara el horno, "mocosa"!, que gordo o no, hoy voy a comerme a tu hermano.
-¡Está bien!, –respondió la niña disimulando sumisión.
-¿Está ya listo el horno? Pregunto la vieja, con impaciencia, después de un buen rato de espera.
- No lo sé venga usted a verlo –contesto Gretel aterrada- nunca antes había hecho esta tarea.
La bruja se acercó refunfuñando, “que inutilidad de niña” metió parte del cuerpo para inspeccionar bien el horno y Gretel pensando tan solo en salvar a su hermano, la empujo con tal fuerza que cayo dentro del candente asador, cerro rápidamente la puerta, y así tuvo el castigo que merecía. Corrió la pequeña a liberar a su hermano y los dos llenos de gozo se dieron un enorme abrazo.
En casa de la bruja no solo había golosinas, había también un variado y enorme tesoro, el niño lleno cuanto pudo sus bolsillos de perlas y piedras preciosas, la niña recogiendo su delantal por los extremos, y recogió a su vez, un cuantioso tesoro. Salieron corriendo y volvieron a tropezar con el bosque, pero como era de día, se fueron orientando por el recorrido del sol hasta llegar a un lugar que les era familiar, ¡qué alegría tan grande!, para los pequeños, cuando por fin divisaron la casa de su padre, corrieron hacia ella, y le encontraron todo apesadumbrado, no había dejado de pensar en ellos ni un momento desde que los abandonara en el bosque, e incluso, cuando murió su malvada mujer, se acercaba todos los días con la esperanza de encontrarlos.
Los niños abrazaron a su padre y contaron su aventura, le entregaron el tesoro y los tres vivieron muy felices sin volver a saber lo que era pasar penurias.

Garbancito


Hace algún tiempo, no mucho, existió un niño tan pequeño que apenas tenía el tamaño de un garbanzo, motivo por el cual todo el mundo le llamara Garbancito.
A pesar de su diminuta estatura no dejaba de ayudar a sus padres en las tareas diarias. Con frecuencia su mamá le mandaba a comprar alguna cosa a la tienda del pueblo.
-¡Garbancito!.
-Sí mamá.
-Toma hijo, esta moneda y ve a comprar un paquetito de azafrán, -dijo la madre a la vez que le advertía- pero ten mucho cuidado no vaya a pisarte alguien.
-No te preocupes mamá, ya que no me pueden ver iré cantando y así todo el mundo podrá oírme.

¡Pachín, pachán, pachín!
Mucho cuidado con lo que hacéis
¡Pachín, pachán, pachín!
A Garbancito no peséis.

En el establecimiento ocurría siempre lo mismo, veían antes la moneda moviéndose ágilmente por el suelo que a su portador, Garbancito gritaba lo que deseaba y al instante se lo acercaban y de vuelta a casa repetía una y otra vez su canción, y todo aquel que se cruzaba con Garbancito ponía mucho empeño y cuidado en no aplastar al pequeño.

También en el campo, el minúsculo muchacho, era de gran ayuda, su papá solamente tenía que ocuparse de subirle al caballo, cosa que no le costaba ningún trabajo teniendo en cuenta su tamaño. Una vez a lomos de su montura, Garbancito trepaba por el pelo del animal hasta llegar a la oreja donde después de instalarse cómodamente, con su pequeña pero aguda voz daba órdenes tan contundentes al rocín que éste obedecía al instante y sin chistar, y mientras el pequeño hacia una de tantas tareas, su padre podía aprovechaba el tiempo ocupándose de otra distinta.

Un buen día, en un descuido, Garbancito se cayó del caballo y fue a dar con sus huesos en una mullidita hortaliza que afortunadamente amortiguo el golpe y no sufrió ningún daño, pero no tuvo tanta suerte cuando se le acercó Pestiña, una vaca glotona que pastaba cerca de allí y sin darle tiempo a escapar lo engulló de un bocado. Cuando los padres se percataron de su desaparición, durante tres interminables días le buscaron con gran insistencia y desesperación por todos los alrededores sin poder dar con su paradero, pero no se daban por vencidos y el cuarto día, mientras ordeñaban en el establo, seguían clamando:
-¡Garbancito! ¿Dónde estás? -Gritaba su madre.
-¡Estoy aquí, mamá! En el estómago de la vaca Pestiña.
-¡Garbancito! ¿Dónde estás? -Exclamaba su padre.
-¡Estoy aquí, papá! en el la tripita de la vaca Pestiña.

Por fin, y no sin alivio, oyeron la voz del pequeño que no dejaba de repetir, con gran esfuerzo desde el vientre de el buey:
-¡Estoy aquí! En la tripita de la vaca Pestiña.

Los padres se apresuraron a sobrealimentar al animal, para que expulsara a Garbancito antes de que se asfixiara y después de mucho ingerir, Garbancito salió entre las heces de la vaca. Los papás le abrazaron, locos de alegria, e inmediatamente se fueron todos a la ducha mientras cantaban alegres y al unísono:
¡Pachín, pachán, pachín!
Mucho cuidado con lo que hacéis
¡Pachín, pachán, pachín!
A Garbancito no peséis.

El flautista de Hamelin


En tiempos remotos, existió una hermosa y próspera ciudad llamada Hamelín. Un buen día, la opulenta y apacible vida de sus ciudadanos, se vio alterada por el inesperado ataque de una devastadora plaga de ratones que se paseaba por las calles sin el menor decoro, a la vista de todo el mundo y lo que era peor aún, penetraban en sus viviendas y demás propiedades devorando cuantos alimentos encontraban a su paso.

La población aterrorizada no sabía como combatir tan destructora invasión, (con los gatos no se podían contar, más asustados que las personas, habían huido del lugar) reunida en asamblea acordaron y propagaron, mediante un sonoro bando, pagar con cincuenta monedas de oro, a la persona que lograra librarles de los roedores.

Varios fueron los intentos pero sin éxito, hasta que un buen día apareció un extraño personaje, desconocido para los lugareños, prometiendo acabar, él solito y de una vez por todas con la indeseable plaga, después de ponerse de acuerdo en la forma de pago con las autoridades, sacó, de uno de los bolsillos de su estrafalaria indumentaria, una original flauta y nada más comenzar a oírse los primeros acordes empezaron a acudir ratones de todos los rincones y a seguir los pasos del flautista; el singular sujeto continuó tocando hasta llegar a un río que podía cruzar a pie, se introdujo en él y detrás los roedores ahogándose al instante.

Los moradores de Hamelín pudieron respirar tranquilos y volvieron despreocupados a su cómoda y rutinaria vida, pero cometieron un terrible error: negarse a pagar la recompensa prometida al flautista. Tacaños y ambiciosos, les parecía un despilfarro pagar tanto oro por arrancar unas cuantas notas a un sencillo instrumento musical.

El joven enojado, comenzó de nuevo a tocar la flauta y esta vez fueron los niños los que extasiados seguían los mágicos acordes del instrumento, impávidos, haciendo oídos sordos, a las desgarradoras suplicas de sus padres para que volvieran, todos los niños seguían entusiasmados la misterioso músico, todos menos uno que era cojito y volvió a la urbe ante la imposibilidad de seguir a los demás. El flautista, en esta ocasión no se dirigió hacia el río, tomo un camino distinto y tan desconocido como misterioso para los habitantes de Hamelín que por más que buscaron no consiguieron encontrar a los pequeños. Hamelín a la vez que sin ratones, se quedó también triste y desolada, sin niños, por la codicia de sus ciudadanos.

Un radiante mañana, el único niño de Hamelín que andaba jugando por los alrededores de la ciudad, tropezó con algo que se asemejaba a un instrumento de viento e inmediatamente trató de sacarle algún sonido, al instante surgió la melodía además, de un prodigioso milagro, no lejos de allí la montaña que bordeaba el Este de la ciudad se resquebrajó y de sus entrañas salieron con grandes nuestras de júbilo y alegre griterío todos los niños desaparecidos, que para su bien no recordaban nada de los sucedido, en cambio los mayores no olvidaron jamás y tuvieron buen cuidado, a partir de entonces, de no volver a traicionar la confianza de nadie.

Blancanieves


Érase una vez una reina que soñaba con tener una hija de piel tan blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y pelo negro como el ébano. Tan ferviente era su deseo que no tardó en hacerse realidad dando alud a una preciosa niña a la que puso por nombre Blancanieves por poseer las cualidades que ella tanto había deseado, pero desgraciadamente la felicidad en palacio no duró mucho, la reina murió siendo la princesita muy pequeña y el padre no tardó en volverse a casar con una bella pero cruel mujer.

La madrastra de Blancanieves poseía un espejo mágico que tenía la cualidad de hablar, obsesionada como estaba por su apariencia física, todas las mañanas se acercaba a preguntarle:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-No mi reina y señora, tu eres la mujer más bella del reino, -contesta el espejo sin faltar a la verdad, a la vez que le devolvía su bella imagen.

Mientras todos los días se repetía esta misma escena, Blancanieves se fue haciendo mayor hasta llegar a convertirse en una hermosa joven. Un buen día al levantarse la reina y preguntar al espejo como de costumbre:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora hay otra más bella que tú, -respondió el espejo.
-Y ¿quién es esa mujer? -gritó indignada la perversa e envidiosa reina.
-Blancanieves es ahora la mujer más hermosa de la tierra.

Enfurecida la reina se apresuró a buscar un cazador de toda su confianza y le ordenó: “Coge a Blancanieves y llévala a lo más profundo del bosque, allí deshazte de ella dándole muerte y me tienes que traer el corazón como prueba de que has cumplido mi deseo”.

El cazador no se atrevió a replicar a la malvada soberana y se fue en busca de Blancanieves, con engaños la llevó montada a caballo hasta el corazón del bosque, pero llegado el momento no tuvo valor para matar a la niña, en cambio compadecido de ella, el sirviente le puso al corriente de la misión que le había encomendado su madrastra. “Debes de huir lo más rápido y lejos posible, y esconderte muy bien para que jamás te encuentre tu pérfida madrastra” –con este consejo trató de tranquilizar a la asustada joven-. El paje se alejó a galope tendido, en el camino sacrificó un cervatillo y con el corazón aún caliente se lo entregó a la aviesa reina.

Blancanieves, aterrada, comenzó a caminar por el bosque, sin saber muy bien hacia donde se dirigía, después de deambular toda la noche vio a lo lejos una casita, llamó a la puerta, pero como nadie le respondía y la puerta no estaba cerrada con llave la empujó y pasó dentro, lo primero que vio fue una agradable estancia; situada en el centro había una mesa preparada para siete comensales, rodeada de siete sillitas, como estaba hambrienta y cansada se sentó en una de las pequeñas sillas y estuvo probar la comida, después subió al piso superior donde había un dormitorio con siete diminutas camitas y como no había dormido en toda la noche, se acostó en la que le pareció algo más grande quedándose profundamente dormida.

Era la casita de los siete enanitos que vivían en el bosque, cuando estos llegaron del trabajo y vieron la puerta abierta se precipitaron dentro algo asustados.
-Alguien se ha sentado en mi sillita, -Dijo uno de los hermanos.
-Alguien ha usado mis cubiertos. -Respondió otro.
-Alguien ha comido en mi plato. –Añadió un tercero.
-Hay una niña en mi camita. -Dijo el mayor de todos.

Los enanitos quedaron extasiados al ver la preciosa niña que encontraron en su casa, en silencio para no despertar y pacientemente la estuvieron contemplándola largo rato, hasta que despertó algo desorientada y sobresaltada.
-¡Oh! ¿Qué es esto?
-No te asustes pequeña, no vamos a hacerte nada. –Dijeron los enanos, mientras acercaban sus caritas curiosas con cariño hacia la niña-. Nos gustaría conocer tu nombre.
-Me llamó Blancanieves.
Y a continuación contó a los enanitos todas sus peripecias.
-No te preocupes, -contestaron todos a coro- puedes quedarte a vivir con nosotros.
-Me quedaré encantada, no tengo a donde ir.
-¿Sabes hacer las tareas caseras? –Preguntó uno de los enanos.
-Claro, se hacer de todo: cocinar, lavar, tejer, hacer las camas y me gusta tener todo limpio y ordenado.

Y así fue como la joven pasó de vivir en un palacio con todo lujo de detalles y comodidades pero infeliz, a la diminuta casita del bosque trabajando como una aldeana plena y dichosa.

Se complementaban a las mil maravillas, mientras los siete hermanos se iban a trabajar, Blancanieves cumplía con todos sus deberes domésticos, una de las cosas que más gustaba a los enanitos eran los exquisitos postres a base de manzanas y frutos del bosque conque les deleitaba el final de las comidas.

Lejos de tan idílica vida, la reina, convencida de la muerte de su hijastra, se olvidó por completo y por mucho tiempo de su espejo mágico pero, un buen día invernal frio y nublado, en el que se sentía acometida por el aburrimiento y deseosa de hacer alguna maldad, se acercó al singular objeto y de buenas a primeras le preguntó:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora hay otra mujer más bella que tú, -respondió el espejo.
-Y ¿quién es esa mujer? –vociferó incrédula e indignada.
-Es Blancanieves -respondió el espejo.
-¡Cómo! ¿No está muerta? ¿Dónde se encuentra? –Dijo lo mala mujer más alterada que nunca.
-Al claro del bosque irás, y en la casita de siete enanos que son hermanos la encontrarás. –Repuso sin inmutarse, ni alterar su voz el espejo.

Rápidamente la siniestra soberana consorte, se puso manos a la obra para destruir de una vez por todas a su odiada hijastra, disfrazada de aldeana cogió un cesto y lo lleno de manzanas, seleccionó la más suculenta e introdujo veneno en su mitad, buscó la casita del claro del bosque y llamó a la puerta, Blancanieves no se atrevió a abrir, por expresa advertencia de sus amigos los enanitos que no querían que nada malo le ocurriera, pero no tuvo más remedio que asomarse a la venta para ver quién era el visitante, este fue el terrible momento que aprovechó la madrastra para invitarla a probar la manzana, la niña se resistió en un principio agradeciendo el detalle a lo que ella creía una buena acción de una sincera y sencilla mujer, entonces la bruja la mordió por el lado que no contenía veneno, convencida la niña de que nada malo podía pasarle, sucumbió a la tentación de probar la jugosa fruta, e inmediatamente sin haber siquiera tragado el bocado, cayó desvanecida al suelo.

Cuando volvieron los enanitos creyéndola muerta, la metieron en una urna de cristal para no dejar de contemplarla ni un instante, después de velarla varios días decidieron que había que enterrarla. Se formó una pequeña comitiva que marchaba desolada a darle sepultura, quiso la divina providencia que en el camino se cruzaran con un apuesto príncipe que inmediatamente quedó prendado de la bella joven que iba en el féretro y que no parecía muerta sino dormida. Los enanitos le contaron la triste historia de Blancanieves, el joven conmovido, comento enérgico: “esta princesa es digna de ser enterrada en un panteón real, me la llevaré a mi país y allí tendrá la sepultura que merece”. Cuando la iban a subir a un carruaje para ser transportada al reino del príncipe, la torpeza de un paje al tropezar y caer tuvo un desenlace feliz, Blancanieves expulso el bocado de manzana que se le había quedado en la boca despertando al instante de su letargo. La felicidad de todos fue indescriptible, y el viaje fúnebre en principio, pasó a ser una alegre algarabía, los enanitos también se fueron a vivir a palacio y ya nunca se separarían de su querida princesita.

El príncipe confesó su amor a Blancanieves, que fue correspondido por parte de la joven y organizaron lo boda con grandes pompas por todo el reino.

A los festejos fue invitada la madrastra que no quiso desprenderse de su espejo. El día de la ceremonia nada más despertar se acercó y le hizo la pregunta de rigor:
-¡Espejo, espejito mágico! ¿Hay en el reino alguna otra mujer más hermosa que yo?
-Sí mi reina y señora Blancanieves es más hermosa que tú.

Enfurecida la reina cogió el espejo y lo rompió en mil pedazos, y cada uno de estos le respondía:
-Sí mi reina y señora Blancanieves es más hermosa que tú, ja, ja, ja.

Enloquecida por el clamor se acercó a la ventana y se lanzó al vacío, muriendo en el acto, en los festejos nadie la echo en falta.

Los nuevos esposos vivieron felices, sin más sobresaltos.

Aladino y la lámpara maravillosa


Érase una vez una viuda que vivía con su hijo Aladino de pocos años. Un día pasó por su humilde morada un misterioso extranjero que dirigiéndose al muchacho le dijo:
-“Si me haces un pequeño favor, te daré a cambio una moneda de plata”. Como eran muy pobres aceptó encantado, sin sospechar que aquella decisión iba a cambiar sus vidas para siempre.
-Decidme señor: ¿Qué quieres que haga? –pregunto solícito el muchacho.
-¡Sígueme! -respondió el extranjero.


Juntos se dirigieron a un bosque cercano muy familiar para Aladino, con frecuencia jugaba con sus amigos por aquellos parajes, al cabo de un rato se detuvieron delante de una pequeña grieta esculpida en una roca, en la que el niño nunca había reparado. El extraño personaje le dijo:
—Quiero que entres por esta abertura hasta llegar a una cueva donde encontrarás una vieja lámpara de aceite, todo lo que necesito es que me la entregues. Como puedes ver, el agujero es demasiado estrecho para mí, es por ello por lo que he solicitado tu ayuda.
—De acuerdo, —dijo Aladino— bajaré a buscarla.

Había algo en la actitud y el tono de voz del extranjero que inquietaron al muchacho de tal modo, que apunto estuvo de abandonar y salir corriendo, pero pensando en lo que significaría la moneda de plata para su madre continuó adelante, se deslizó por el orificio hasta dar con sus huesos en el suelo de una sombría cueva. En el interior encontró una lámpara de aceite que alumbraba débilmente, pero lo más sorprendente, lo que dejó boquiabierto al chico, fue descubrir un recinto cubierto de monedas de oro y piedras preciosas.

“Este hombre ¡estará loco si solo se conforma con la lámpara! Teniendo conocimiento de este inmenso tesoro. ¡O quizás sea un brujo!” –pensaba Aladino-, cuando vino a sacarle de sus cavilaciones una aterradora y amenazante voz:
-¡Vamos, de prisa! ¡Alcánzame la lámpara!
-De acuerdo, pero antes tienes que ayudarme a salir de la cueva.
-¡Primero dame la lámpara! -exigió el brujo.
-¡No te la daré! Mientras no salga a la superficie -Grito Aladino- tratando de asir la mano del dudoso sujeto, que lejos de ayudarle le empujó con gran fuerza lanzándole nuevamente al suelo de la gruta. En el rifirrafe se desprendió un anillo que pendía del dedo del brujo y fue rodando hasta los pies del chico.

Este incidente fue seguido de un ruido atronador. Era el brujo que hacia rodar una roca para bloquear la entrada de la cueva.

Aladino quedó solo en el interior de la gruta sumido en la más profunda oscuridad, sin posibilidad de escapar de allí, al menos eso era lo que él creía. De forma inconsciente recogió el anillo del brujo y comenzó a darle vueltas en su mano, repentinamente la cueva se ilumino y ante el aturdido muchacho apareció un simpático y sonriente geniecillo que se dirigió al joven en tono sumiso y complaciente:
-Soy el genio del anillo. ¿Que deseas, mi señor?
-Quiero regresar a casa. –Balbuceó el muchacho sin salir de su asombro.

Sin saber como y al instante, Aladino se encontró en su casa portando entre sus manos la vieja lámpara de aceite, aunque no recordaba en que momento la volvió a coger.

Muy sobresaltado y emocionado narró a su madre todo lo que le acababa de suceder mientras le entregaba el anticuado objeto, desconociendo todavía su portentoso valor.
-Ya que nos hemos quedado sin la moneda de plata, limpiaré la lámpara y podremos usarla. –Dijo la madre resignada.

La esta frotando cuando de improviso otro genio aun más grande que el primero apareció.
-Soy el genio de la lámpara. ¿Que deseas? La madre de Aladino soltó la lámpara asustada y se quedó contemplando aquella extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola palabra.
Aladino sonriendo murmuró:
-¿Por qué no una abundante y deliciosa comida acompañada de un sabroso postre?

Al momento apareció una mesa llena de exquisitos manjares la mayoría desconocidos pare ellos, comieron y bebieron hasta hartarse, como nunca antes la habían hecho. Eso solo fue el principio, a partir de entonces, todas las necesidad de madre e hijo (se conformaban con poco, dicho sea de paso), fueron satisfechas por el genio de la lámpara.

Aladino creció y se convirtió en un apuesto joven. Un día de mercado tropezó con la joven más bella que jamás había visto, era la hija del sultán paseando en su lujosa litera, y al instante quedó prendado de su hermosura: “Tengo que conseguir hacerla mi esposa” -pensó.

De regreso a casa, el joven contó a su madre el feliz encuentro y su deseo de casarse con ella.
-Peregrinos son tus deseos ¡hijo! –Dijo ella- pero iré a ver al Sultán y le pediré para ti la mano de su hija Halima.

Más que costumbre, era una obligación presentarse ante el Sultán con un regalo, para tan especial ocasión, Aladino pidió al genio de la lámpara un cofre rebosante de hermosas y valiosas joyas y con este generoso obsequio, la complaciente madre se dirigió a palacio.

El sultán acepto de buen grado el regalo, pero como hombre ambicioso que lo era y en sumo grado, lo considero escaso para las pretensiones de la mujer.
-Me gusta el detalle, hasta ahora es lo mejor que me han ofrecido, pero no me garantiza que tu hijo tenga el suficiente patrimonio como para velar por bienestar de mi amada hija.
-Podéis confiar él. –Respondió la madre tímidamente.
-Daré mi consentimiento a este matrimonio, -continuó diciendo el soberano- si me proporcionas: cuarenta caballos de pura raza, cargados con cuarenta cofres llenos de piedras preciosas y cuarenta escuderos para escoltarlos.

La pobre mujer volvió a casa desconsolada y contó a su hijo las exigencias del sultán.
-¿De donde vamos a sacar todo lo que pide el sultán?
-No temas nada madre, pediremos ayuda al genio de la lámpara. -Comentó Aladino.

El geniecillo solicito y sonriente, se apresuró a complacer las peticiones, que no sin pudor, le hacía su dueño, con la súplica de que tuviera en cuenta que el exceso en ningún caso era para él, sino para el insaciable gobernante.

Por arte de magia, y poniéndose a las órdenes de Aladino aparecieron cuarenta Jinetes impecablemente ataviados, destacando sus blancos turbantes y ricos sables, montando cuarenta briosos caballos cargados con cofres abarrotados de la más variada y rica pedrería, zafiros, esmeraldas, oro, plata y todo la variedad de metales nobles existentes. Con este séquito se dirigió Aladino al palacio del sultán.

Esta vez el soberano quedó profundamente deslumbrado, y no teniendo nada que objetar concedió la mano de su hija al apuesto y opulento joven. La boda no tardo en celebrarse, con todo el boato de la época que requería el rango de la joven.

Enseguida Aladino conquistó el corazón de su esposa, no escatimaba esfuerzos para agasajarla, hizo construir un palacio en su honor con todo lujo de comodidades, muy cercano al de su padre. La princesa se había enamorado de las cualidades y generosidad de su esposo, contaban además los jóvenes con la admiración del sultán y el cariño de sus progenitores, y todos vivían muy felices y despreocupados.

Pero esta felicidad no duró mucho. Un nefasto día hizo su aparición el perverso brujo disfrazado de mercader, la mercancía que portaba eran brillantes y llamativas lámparas de aceite y como si de todo un experto se tratara a grito pelado, llamaba al trueque al vecindario por todas las estrechas callejuelas de la ciudad:
-¡Cambio lámparas nuevas por lámparas viejas!
-¡Cambio lámparas nuevas por lámparas vieja! –Repetía una y otra hasta quedarse sin aliento.

Aladino nunca había encontrado la ocasión propicia para desvelar a su esposa el secreto de la lámpara que tenía guardada en un sitio preferente de Palacio sin demasiadas precauciones.

Halima, por su parte, estaba harta de aquel viejo utensilio de su marido, que tanto desentonaba con la suntuosidad del resto del mobiliario, al oír la oferta del brujo, pensó que había llegado la ocasión de desprenderse de ella.

Nada más hacer el cambio, el extraño personaje se puso a frotar la lámpara e inmediatamente apareció el poderoso genio dispuesto a complacer a su nuevo y malvado dueño, que deseaba, nada más y nada menos , que transportar todas las posesiones de Aladino a sus dominios. Sin tiempo para reflexionar Halima se vio flotando por los aires dentro de su palacio a merced de la voluntad del mago. Fue entonces cuando comprendió el por qué, su amado esposo, mimaba tanto aquella lámpara, y lloraba amargamente por su torpeza al caer en la trampa que tan hábilmente le había tendido brujo.

Cuando Aladino volvió a casa y se enteró de lo ocurrido, se acordó del anillo que tenía un poco olvidado, comenzó a darle vueltas entre sus dedos hasta que apareció el pequeño geniecillo.
-¿Qué deseas?, mi señor.
-Quiero inmediatamente recuperar todo lo es mío y que me ha sido arrebatado por el hechicero.
-Siento mucho, mi amo, no poder complacerte, mi poder no alcanza a tanto, pero si puedo llevarte hasta el mismo lugar donde se encuentra tu esposa.

Y en un abrir y cerrar de ojos, Aladino se encontró dentro del castillo del brujo, buscó a su princesa y la encontró desolada, llorando amargamente, como no encontraban la forma de escapar de allí trazaron un plan: envenenarían al malvado, con la complicidad del genio del anillo que les proporcionaría la pócima.

Y así fue como durante la cena la misma Halima derramó el veneno dentro de la copa de vino de su raptor, éste apuró todo el líquido sin sospechar lo que verdaderamente contenía. El efecto fue inmediato, el brujo cayo inerte para no volver a levantarse jamás.

Aladino entró presuroso a la habitación, tomó la lámpara que se encontraba en su bolsillo y la froto con fuerza.
-¡Cómo me alegro de verte, mi buen Amo! -dijo sonriendo-.
¿Podemos regresar ahora?
-¡Al instante!- respondió Aladino. El palacio se elevo nuevamente por el aire, flotando suavemente hasta su antiguo emplazamiento.

El Sultán y la madre de Aladino estaban felices de ver de nuevo a sus hijos. Se organizó una gran fiesta a la que fueron invitados todos los súbditos del reino para festejar el regreso de la joven pareja.

Aladino y Halima vivieron felices y cuenta la leyenda que cuando alguien saca brillo a una vieja lámpara de aceite, puede verse reflejados sus felices rostros sonriendo.

El sapito que no quería serlo


En la charca donde vivía no tenía nada que hacer, solo estar croando día y noche. Así pasaba todos los días aquel sapito, triste, desolado, solo. Lo habían dejado sus familiares, porque no podía saltar.

-“Ya no quiero ser sapo”- se decía.

Pero nada le podía conceder ese deseo, ya que así había nacido y así seguiría hasta el fin de su existencia.

Un día, paseando por ahí andaba una cigarra, la cuál al verlo muy triste le llamó la atención y se acercó a él.

-“¿Qué te pasa sapito?”

-“Estoy muy triste, no tengo nada que hacer, ni a quien importarle”. Contestó el sapito.

-“Pero, ¿por qué dices eso? Mira, date cuenta, a tu alrededor todos disfrutan de tu canto, sin ti, este lugar se sentiría solo, porque eres el único de tu especie que anda por aquí.

-Es verdad- dijo un conejo que andaba cerca bebiendo agua del charco. –

A mi me encanta tu sonido, porque le das música al bosque.

-A mi también- dijo una serpiente. –Normalmente me como a los sapos y a las ranas, pero tu me inspiras mucha paz, me encanta lo que haces, por eso nunca he intentado comerte.

- Eres maravilloso sapito- dijo un gorrión que estaba parado en un árbol. – me encanta como cantas.

- ¿Ves? – dijo la cigarra – todos te quieren, lo que pasa es que no te lo habían dicho para no interrumpir en tu canto. Pero para todos eres importante.

-Muchas gracias a todos, por esto, me hacen sentir muy feliz, pensé que a nadie le importaba pero a partir de este momento les cantaré gustoso.

A veces nos sentimos tan solos, que pensamos que nadie nos quiere, pero hay muchos alrededor que nos aman, solo que en ocasiones necesitamos saberlo.

El bosque de las hadas


En un pequeño bosque a orillas del río Genil viven tres haditas muy listas: Mía, Flora y Amapola.

Estas tres haditas se pasan el día limpiando porque cuando los humanos van allí a pasear arrojan papeles, botellas y platos sin ninguna piedad.

Las hadas ya están bastante hartas de no poder dedicarse a otra ocupación. Antes, cuando el bosque era casi nuevo y estaba limpio las hadas pasaban los días cantando, bailando y saltando entre los árboles de aquel bello lugar; pero pronto los humanos se empezaron a despreocupar y ahora pasan la mayor parte del tiempo intentando adecentar su hogar.

Una fresca tarde de otoño, María, una pequeña niña de preciosos ojos castaños correteaba por el bosque de las hadas lejos de donde su madre estaba. Y tan distraída iba que no se dio cuenta de que en suelo había una botella vieja, rota y descolorida. María tropieza con la botella y se cae al suelo haciéndose una herida muy fea en la rodilla.

Las tres hadas salen enseguida de donde están escondidas para curar a la pobre niña y con unas gotitas de agua, una hoja de olivo y un poco de polvo de hadas, sanan la herida sin mucha dificultad.

María esta muy sorprendida: había leído muchos cuentos e historias sobre hadas; pero esta era la primera vez que veía no una ¡sino tres hadas juntas con sus propios ojos! La niña; le da las gracias a las hadas por curarla y enseguida se convierten en muy buenas amigas. El otoño, el invierno y la primavera pasan y María sigue visitando a sus tres pequeñas hadas.

Va a verlas casi todos los domingos pero también se inventa ingeniosas excusas para que sus padres la lleven al campo los días que no son fiesta:

- Mama, Papa: hoy mi profesora de matemáticas me ha dicho que soy la mejor contando al revés ¡Vámonos a celebrarlo al campo!

- Mama, Papa: esta noche he soñado que había un cofre lleno de bocadillos escondido a orillas del río ¡Vámonos a buscarlo al campo!

-Mama, Papa: hoy la abuelita Carmen cumple ochenta y tres años, seis meses y cuatro días ¡Hagamos una fiesta de cumpleaños en el campo!

Claro esta que sus increíbles ideas no siempre colaban; pero sus padres intentaban llevarla siempre que podían. Pues ellos, mejor que nadie; saben lo bueno que es respirar el aire puro de la naturaleza.

Una calurosa tarde de domingo, María ayuda a las hadas a limpiar el bosque. María esta muy enfadada. No puede entender porque las personas no recogen lo que ensucian.

- No todas las personas son así- explica el hada Amapola. – Existen personas respetuosas con el medio ambiente, que hacen todo lo que pueden para que los bosques del mundo sigan siendo bellos lugares a los que poder ir a pasear; pero por desgracia no todo el mundo es así.

María pasa el día ayudando a limpiar el bosque de las hadas. Hasta que un extraño olor llama su atención:

-¿Que es ese olor?- pregunta la niña arrugando su pequeña naricita. Cuando La pequeña niña se da la vuelta descubre que es lo que pasa:

-¡Fuego, fuego!- grita María aterrorizada.

Unos viejos cristales rotos habían provocado un pequeño incendio detrás de ellas. Las hadas vuelan velozmente al río para recoger agua y así apagar el incendio; pero al ser tan pequeñitas el poco agua que recogen no es suficiente para apagar las llamas.

María corre en busca de sus padres para decirles lo que esta pasando. Sus padres, sin perder el tiempo, siguen a su hija hasta donde esta el fuego.

Afortunadamente es un fuego muy pequeño y sus padres consiguen extinguirlo rápidamente. Los padres de María están felices de que su hija este a salvo y de que el fuego no se extendiera demasiado; pero saben que deben hacer algo para que este accidente no vuelva a suceder.

Así que al día siguiente convocan una reunión en su pueblo para contarles lo sucedido y deciden crear una patrulla para limpiar el bosque de las hadas y dejarlo como nuevo.

Pronto esta idea llega a los pueblos de alrededor y muchos son los que se presentan voluntarios para ayudar a limpiar los bosques.

-Aún queda mucho por hacer- explica María a las tres pequeñas haditas.

–Pero poco a poco, con el esfuerzo de todos, conseguiremos que los bosques y parques del mundo vuelvan a ser hermosos lugares donde divertirnos, hacer amigos y pasar el tiempo con nuestros seres queridos.

Para el trenecito


Este trencito, ¿por dónde pasará?
Se mueve por aquí,
se mueve por allá.
Este trencito, ¿por dónde pasará?
Se mueve por aquí,
se mueve por allá.
Un lindo pasito nos dará.
Suena el silbato,
se mete en el charco (chas,chas,chas),
va por las piedritas (tin,tin,tin),
y por la autopista (mnmnmn!)

Canción para la merienda


Nos lavamos las manitos
listos para compartir
el momento del tecito
otro día en el jardín.
¡Ojo con tirar la taza!,
nada hay que desperdiciar.
Cuando estemos todos listos
ya podemos empezar...

Canción para sentarse


 Apoyo la cola en el piso.
Me hago petiso, petiso.
 La cola en el piso
yo voy a poner.
Me siento, como un indio,
y me porto bien.
Colitas en el piso, vamos a poner
Colitas en el piso, uno, dos y tres!

canciones de orden


Guardando, guardando
yo voy a ordenar
poniendo cada cosa
en su lugar.
Guardé y ordené
y ya me cansé,
la cola en el piso
yo voy a poner.

A guardar, a guardar,
cada cosa en su lugar.
Despacito y sin romper
que mañana hay que volver.

Canciónes para el silencio


Abro un ojo, abro el otro
y me rasco la nariz.
Abro un ojo, abro el otro
y me estiro así y así.
Abro un ojo, abro el otro
y hago shh shh shh
y hago shh shh shh!

Esta mano sube, me llama y
se desparrama, la otra mano
sube, me llama y me dice
shhhh...

Levanto una mano,
levanto la otra,
hago un moño grande y
me lo pongo en la boca.

Pinpon


Pin pon es un muñeco,
muy guapo y de cartón, de cartón,
se lava la carita
con agua y con jabón, con jabón.

Se desenreda el pelo,
con peine de marfil, de marfil,
y aunque se da tirones
no grita y dice ¡uy!, dice ¡uy!

Pin Pon toma su sopa
y no ensucia el delantal
pues come con cuidado
como un buen colegial

Apenas las estrellas
comienzan a salir, a salir,
Pin pon se va a la cama
se acuesta y a dormir, a dormir.

Y aunque hagan mucho ruido
con el despertador
Pin Pon no hace caso
y no vuelve a despertar

Pin Pon dame la mano
con un fuerte apretón
que quiero ser tu amigo
Pin Pon, Pin Pon, Pin Pon

Lávate


Lávate las manos, niño, lavatelas bien,
que bonitas ,que bonitas, como rosas se te ven.

Lávate los dientes, nene, lavatelos bien,
que bonitos, que bonitos, como perlas se te ven.

Canción de los números


El uno es un soldado haciendo la instrucción.

El dos es un patito que está tomando el sol.

El tres es una serpiente que empieza a caminar.

El cuatro una sillita que invita a descansar.

El cinco tiene orejas parece un conejito.

El seis es una pera redonda y con rabito.

El siete es un señor con gorro y bastón.

Y el ocho son las gafas que usa Don Ramón.

El nueve es un globito atado a un cordel
Y el diez es un tiovivo para pasarlo ¡¡¡ bien !!!

Canción de los colores


Verde verde son los arbolitos
verde verde sus hojitas son
por eso yo quiero todo lo que es verde
verde verde verde es mi color
amarillo es el color del trigo
amarillos mis patitos son
por eso yo quiero todo lo amarillo
como el tibio rayito de sol
rosa rosa son todas mis cosas
rosa rosa mis vestidos son
por eso yo quiero todo lo que es rosa
como ramas de durazno en flor
rojo rojo es mi sombrerito
rojo rojo el boton en flor
por eso yo quiero todo lo que es rojo
rojo rojo es mi corazon
el celeste es el color del cielo
celestitos tus ojitos son
por eso yo quiero todo lo celeste
por que es el color de la ilusion
blanca blanca es la nube viajera
blancos blancos mis dientitos son
por eso yo quiero todo lo que es blanco
como suave copo de algodon

Los días de la semana



Lunes antes de almorzar
Un marido fue a correr
Pero no pudo correr
Porque tenía que planchar

Así planchaba así así
Así planchaba así así
Así planchaba así así
Así planchaba que yo lo vi

Martes antes de almorzar
El quería ir al billar
Pero le salió muy mal
Porque tenía que coser

Así cosía así así
Así cosía así así
Así cosía así así
Así cosía que yo lo vi

Miércoles antes de almorzar
La partida iba a echar
Pero no la pudo echar
Porque tenía que barrer

Así barría así así
Así barría así así
Así barría así así
Así barría que yo lo vi

Jueves antes de almorzar
Un vinito fue a tomar
Y no lo pudo tomar
Porque tenía que cocinar

Así cocinaba así así
Así cocinaba así así
Así cocinaba así así
Así cocinaba que yo lo vi

Viernes antes de almorzar
Un ratito se iba a echar
Pero no se pudo echar
Porque tenía que lavar

Así lavaba si así
Así lavaba si así
Así lavaba si así
Así lavaba que yo lo vi

Sábado antes de almorzar
Un marido fue a pescar
Pero no pudo pescar
Porque tenía que tender

Así tendía así así
Así tendía así así
Así tendía así así
Así tendía que yo lo vi

Domingo antes de almorzar
Con su equipo fue a jugar
Pero no pudo jugar
Porque tenía que pasear

Así paseaba así así
Así paseaba así así
Así paseaba así así
Así paseaba que yo lo vi

Canciones con gestos

http://www.youtube.com/watch?v=mTjHrZo6nnQ

http://www.youtube.com/watch?v=uHmtQs_lg6w

http://www.youtube.com/watch?v=u2A27m1-930

http://www.youtube.com/watch?v=u80lT2rSapI

Mis manos


Ya mis manos se despiertan
y ten van a saludar,
se sacuden con gran fuerza
y después se enrollan de aqui por allá.

Son mis manos divertidas,
siempre salen a jugar
suben por una escalera
y después se tiran por el tobogán.

Ellas tocan la bocina,
ellas te van asustar
y después de tanto juego,
cuando están cansadas ,
te invitan a soñar.

Son mis manos divertidas
siempre salen a jugar,
suben por una escalera
y después se tiran por el tobogán.

Ellas tocan la bocina
ellas te van asustar
y después de tanto juego,
cuando estan cansadas,
te invitan a soñar.

Mi cuerpo


Esta es mi cabeza,
este es mi cuerpo,
estos son mis manos
y estos son mis pies.
Estos son mis ojos,
esta mi nariz,
esta es mi boca,
que canta plim, plim.
Estas orejitas sirven para oir,
y estas dos manitas para aplaudir

Vamos a contar mentiras


Ahora que vamos despacio, (bis)
vamos a contar mentiras, tralará, (bis)
Vamos a contar mentiras.

Por el mar corren las liebres, (bis)
por el monte las sardinas, tralará, (bis)
por el monte las sardinas.

Yo salí de un campamento (bis)
con hambre de tres semanas, tralará, (bis)
con hambre de tres semanas.

Me encontré con un ciruelo (bis)
cargadito de manzanas, tralará, (bis)
cargadito de manzanas.

Empecé a tirarle piedras (bis)
y caían avellanas, tralará, (bis)
y caían avellanas.

Con el ruido de las nueces (bis)
salió el amo del peral, tralará, (bis)
salió el amo del peral.

Chiquillo no tires piedras (bis)
que no es mio el melonar, tralará, (bis)
que no es mio el melonar.

Que es de una foncarralera (bis)
que vive en El Escorial, tralará, (bis)
que vive en El Escorial.

La zapatilla por detrás


   A la zapatilla
por detrás,
tris, tras.
Ni la ves,
ni la verás,
tris, tras.
Mirar para arriba,
que caen judías.
Mirar para abajo,
que caen garbanzos.
A callar, a callar,
que el diablo va a pasar.

Debajo de un botón


Debajo de un botón, ton, ton,
Que encontró Martín, tín, tín,
había un ratón, ton, ton
ay que chiquitín, tin, tin,
ay que chiquitín, tin, tin,
era aquel ratón, ton, ton,
que encontró Martín, tin, tin,
debajo de un botón, ton, ton.

Antón Pirulero


Antón,
Antón,
Antón Pirulero
cada cual
cada cual que atienda a su juego
y el que no lo atienda
pagará,
pagará una prenda

Al pasar la barca



Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
las niñas bonitas
no pagan dinero.

Al volver la barca
me volvió a decir:
las niñas bonitas
no pagan aquí.

Yo no soy bonita
ni lo quiero ser.
Las niñas bonitas
se echan a perder.

Como soy tan fea
yo lo pagaré.
Arriba la barca
de Santa Isabe

Al corro de la patata


Al corro de la patata,
Comeremos ensalada,
como comen los señores,
naranjitas y limones
achupe, achupe,
sentadita me quedé
 (Y se caen todos al suelo!)

sábado, 9 de marzo de 2013

El patio de mi casa


El patio de mi casa
es particular:
cuando llueve se moja
como los demás.

Agáchate
y vuélvete a agachar
que las agachaditas
no saben bailar.

Hache, i, jota, ka
ele, elle, eme, a,
que si tu no me quieres
otro amante me querrá.

Chocolate, molinillo,
corre, corre que te pillo.
¡Estirad, estirad
que el demonio va a pasar!

El castillo


Yo tengo un castillo,
matarile, rile, rile,
yo tengo un castillo,
matarile, rile, ron, chim pón.

¿Dónde están las llaves?,
matarile, rile, rile,
¿Dónde están las llaves?
matarile, rile, rile, rón, chim pón.

En el fondo del mar,
matarile, rile, rile,
en el fondo del mar ,
matarile, rile, ron, chim, pón.

¿Quién irá a buscarlas?,
matarile, rile, rile,
¿quién irá a buscarlas?
matarile, rile, ron, chim, pón.

Irá Carmencita, (nombre del participante)
matarile, rile, rile,
Irá Carmencita, (nombre del participante)
matarile, rile, ron, chim, pón.

¿Qué oficio le pondrá?,
matarile, rile, rile,
¿Qué oficio le pondrá?,
matarile, rile, ron, chim, pón.

Le podremos peinadora,
matarile, rile, rile,
Le podremos peinadora,
matarile, rile, ron, chim, pón.

Este oficio tiene multa,
matarile, rile, rile,
Este oficio tiene multa,
matarile, rile, ron, chim, pón.

El cocherito leré


El cocherito leré
me dijo anoche leré
que si quería leré
montar en coche leré.

Y yo le dije leré
con gran salero leré
no quiero coche leré
que me mareo leré.

El nombre de María
que cinco letras tiene
la eme, la a, la erre,
la i, la a: MARÍA.

La lechera


Llevaba en la cabeza Una lechera el cántaro al mercado Con aquella presteza, Aquel aire sencillo, aquel agrado, Que va diciendo a todo que lo advierte: ¡Yo si que estoy contenta con mi suerte! Porque no apetecía Más compañía que su pensamiento, Que alegre la ofrecía Inocentes ideas de contento, Marchaba sola la feliz lechera,
Y decía entre sí de esta manera: <<Esta leche vendida, En limpio me dará tanto dinero, Y con esta partida Un canasto de huevos comprar quiero, Para sacar cien pollos, que al estío Me rodeen cantando el pio, pio. Del importe logrado De tanto pollo mercaré un cochino; Con bellota salvado, Berza, castaña, engordará sin tino; Tanto, que puede ser que yo consiga Ver como se le arrastra la barriga. LLevareló al mercado; Sacaré de él sin duda buen dinero: Compraré de contado Una robusta vaca y un ternero Que salte y corra toda la campaña, Hasta el monte cercano a la cabaña.>> Con este pensamiento Enajenada, brinca de manera, Que a su salto violento El cántaro cayó.¡Pobre lechera! ¡Qué compasión! Adiós leche, dinero, Huevos, pollos, lechón, vaca y ternero. ¡Oh loca fantasía, Que palacios fabricas en el viento! Modera tu alegría; No sea que saltando de contento, Al contemplar dichosa tu mudanza, Quiebre su cantarillo su esperanza. No seas ambiciosa De mejor o más próspera fortuna; Que vivirás ansiosa Sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el bien futuro; Mira que ni el presente está seguro

Los dos perros


Un hombre tenía dos perros. Uno era para la caza y otro para el cuido. Cuando salía de cacería iba con el de caza, y si cogía alguna presa, al regresar, el amo le regalaba un pedazo al perro guardián. Descontento por esto el perro de caza, lanzó a su compañero algunos reproches: que sólo era él quien salía y sufría en todo momento, mientras que el otro perro, el cuidador, sin hacer nada, disfrutaba de su trabajo de caza.
El perro guardián le contestó:

-- ¡ No es a mí a quien debes de reclamar, sino a nuestro amo, ya que en lugar de enseñarme a trabajar como a tí, me ha enseñado a vivir tranquilamente del trabajo ajeno !

Pide siempre a tus mayores que te enseñen una preparación y trabajo digno para afrontar tu futuro, y esfórzate en aprenderlo correctamente.

El león y el toro

Pensando el león como capturar un toro muy corpulento, decidió utilizar la astucia. Le dijo al toro que había sacrificado un carnero y que lo invitaba a compartirlo. Su plan era atacarlo cuando se hubiera echado junto a la mesa.
LLegó al sitio el toro, pero viendo sólo grandes fuentes y asadores, y ni asomo de carnero, se largó sin decir una palabra.

Le reclamó el león que por qué se marchaba  así, pues nada le había hecho.

-- Sí que hay motivo -- respondió el toro --, pues todos los preparativos que has hecho no son para el cuerpo de un carnero, sino para el de un toro.

Observa y analiza siempre con cuidado tu alrededor, y así estarás mejor protegido de los peligros.

La paloma y la hormiga


Obligada por la sed, una hormiga bajó a un manatial, y arrastrada por la corriente, estaba a punto de ahogarse.

Viéndola en esta emergencia una paloma, desprendió de un árbol una ramita y la arrojó a la corriente, montó encima a la hormiga salvándola.

Mientras tanto un cazador de pájaros se adelantó con su arma preparada para cazar a la paloma. Le vió la hormiga y le picó en el talón, haciendo soltar al cazador su arma. Aprovechó el momento la paloma para alzar el vuelo

Siempre corresponde en la mejor forma a los favores que recibas. Debemos ser siempre agradecidos

El caballo y el asno


Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:

Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.

El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo:

¡ Qué mala suerte tengo ! ¡ Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima !

Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a tí mismo

EL pastor mentiroso


Apacentando un joven su ganado, gritó desde la cima de un collado: “¡Favor! que viene el lobo, labradores”. Éstos, abandonando sus labores, acuden prontamente, y hallan que es una chanza solamente. Vuelve a clamar, y temen la desgracia; segunda vez la burla. ¡Linda gracia!

Pero ¿qué sucedió la vez tercera? que vino en realidad la hambrienta fiera. Entonces el zagal se desgañita, y por más que patea, llora y grita, no se mueve la gente, escarmentada; y el lobo se devora la manada.

¡ Cuántas veces resulta de un engaño contra el engañador el mayor daño!

La rana del pantano y la del camino


Vivía una rana felizmente en un pantano profundo, alejado del camino, mientras su vecina vivía muy orgullosa en una charca al centro del camino.

La del pantano le insistía a su amiga que se fuera a vivir al lado de ella, alejada del camino; que allí estaría mejor y más segura.

Pero no se dejó convencer, diciendo que le era muy difícil abandonar una morada donde ya estaba establecida y satisfecha.

Y sucedió que un día pasó por el camino, sobre la charca, un carretón, y aplastó a la pobre rana que no quiso aceptar el mudarse

Si tienes la oportunidad de mejorar tu posición, no la rechaces

El león y el ratón


Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reir y lo dejó marchar.

Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oir los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.

Días atrás le dijo , te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por tí en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.

Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las cumplirán

El león, la zorra y el asno


El león, la zorra y el asno se asociaron para ir de caza.Cuando ya tuvieron bastante, dijo el león al asno que repartiera entre los tres el botín. Hizo el asno tres partes iguales y le pidió al león que escogiera la suya. Indignado por haber hecho las tres partes iguales, saltó sobre él y lo devoró.

Entonces pidió a la zorra que fuera ella quien repartiera.

La zorra hizo un montón de casi todo, dejando en el otro grupo sólo unas piltrafas. Llamó al león para que escogiera de nuevo.

Al ver aquello, le preguntó el león que quien le había enseñado a repartir tan bien.

¡ Pues el asno, señor !

Siempre es bueno no despreciar el error ajeno y más bien aprender de él

La zorra y la liebre


Dijo un día una liebre a una zorra:-- ¿Podrías decirme si realmente es cierto que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la "ganadora"?

Si quieres saberlo -- contestó la zorra --, te invito a cenar conmigo.

Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de doña zorra vio que no había más cena que la misma liebre. Entonces dijo la liebre:

¡ Al fin comprendo para mi desgracia de donde viene tu nombre: no es de tus trabajos, sino de tus engaños !

Nunca le pidas lecciones a los tramposos, pues tú mismo serás el tema de la lección

El águila y los gallos

Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas; y al fin uno puso en fuga al otro. Resignadamente se retiró el vencido a un matorral, ocultándose allí. En cambio el vencedor orgulloso se subió a una tapia alta dándose a cantar con gran estruendo.

Mas no tardó un águila en caerle encima y raptarlo. Desde entonces el gallo que había perdido la riña se quedo con todo el gallinero

A quien hace alarde de sus propios éxitos, no tarda en aparecerle quien se los arrebate

Patito feo


En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la mamá Pata, empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de que un huevo, el más grande de todos, aún permanecía intacto.

Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el huevo, a ver cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a moverse, y luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del sonriente pato.

Era el mas grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de los demás.. Y cómo era diferente, todos empezaron a llamarle de Patito Feo.

La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó con el ala mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún más feo, y tenía que soportar las burlas de todos.
Entonces, en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la granja. Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo de algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y sólo quería engordarle para transformarlo en un segundo plato.

El patito salió corriendo como pudo de allí. El invierno había llegado. Y con el, el frío, el hambre, y la persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días pasaron a ser más calurosos y llenos de colores. Y el patito empezó a animarse otra vez.

Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había visto. Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por el agua. El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque.

Y uno de los cisnes le contestó: – Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros.

Y le dijo el patito: – ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros.

Y ellos le dijeron: – Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos.

El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para toda la vida.

Hans Christian Andersen

La Liebre y el erizo



Tienen que saber, muchachos, que esta historia, aunque se cuente de mentirijillas, es totalmente verdadera, pues mi abuelo, que me la contó a mí, siempre decía: «Ha de ser cierta, hijo mío, pues de lo contrario no podría contarse». Y así fue como ocurrió:

Sucedió un domingo de otoño por la mañana, precisamente cuando florecía el alforfón. El sol brillaba en el cielo, el viento mañanero soplaba cálido sobre los rastrojos, las alondras cantaban en los campos, las abejas zumbaban sobre la alfalfa y la gente iba a oír misa vestida con el traje de los domingos. Todas las criaturas se sentían gozosas y también, por supuesto, el erizo.

El erizo estaba en la puerta de su casa, mirando al cielo distraídamente mientras tarareaba una cancioncilla, tan bien o tan mal como suele hacerlo cualquier erizo un domingo por la mañana, cuando se le ocurrió de repente que, mientras su mujer vestía a los niños, podía dar un pequeño paseo por los sembrados, para ver cómo iban sus nabos. El sembrado estaba muy cerca de su casa y toda la familia comía de sus nabos con frecuencia; por eso los consideraba de su propiedad. Y, en efecto, el erizo se dirigió al sembrado.

No muy lejos de su casa, cuando se disponía a rodear el soto de endrinos que cercaba el campo para llegar hasta sus nabos, le salió al paso la liebre, que iba ocupada en parecidos asuntos: ella iba a ver cómo estaban sus coles.

Cuando el erizo vio a la liebre le deseó amablemente muy buenos días. Pero la liebre, que era a su modo toda una señora, llena de exagerada arrogancia, en vez de devolverle el saludo le preguntó, haciendo una mueca, con profundo sarcasmo:

- ¿Cómo es que andas tan de mañana por los sembrados?

- Voy de paseo -respondió el erizo.

- ¿De paseo, eh? -exclamó la liebre, rompiendo a reír-. A mí me parece que podrías utilizar tus piernas con más provecho.

Tal respuesta indignó enormemente al erizo, que lo toleraba todo excepto las observaciones sobre sus piernas, porque era patizambo por naturaleza.

- ¿Acaso te imaginas -replicó el erizo- que las tuyas son mejores en algo?

- Eso pienso -dijo la liebre.

- Hagamos una prueba -propuso el erizo-; te apuesto lo que quieras a que te gano una carrera.

- ¡No me hagas reír! ¡Tú, con tus piernas torcidas! -dijo la liebre-; pero si tantas ganas tienes, por mí que no sea. ¿Qué apostamos?

-  Una moneda de oro y una botella de aguardiente -propuso el erizo-. Pero aún estoy en ayunas; quiero ir antes a casa y desayunar un poco; regresaré en media hora.

Y el erizo se fue, pues la liebre se mostró conforme. Por el camino iba pensando el erizo: «La liebre confía mucho en sus largas piernas, pero yo le daré su merecido. Es, ciertamente, toda una señora, pero no por eso deja de ser una estúpida; me las pagará». Cuando llegó a su casa dijo a su mujer:

-Mujer, vístete ahora mismo; tienes que venir conmigo al campo.

- ¿Qué ocurre? -preguntó la mujer.

- He apostado con la liebre una moneda de oro y una botella de aguardiente; vamos a hacer una carrera a ver quién gana, y necesito que estés presente.

- ¡Oh, Dios mío! -comenzó a gritar la mujer del erizo-. ¿Eres un idiota? ¿Perdiste la razón? ¿Cómo pretendes ganar una carrera a la liebre?

- ¡Calla mujer -dijo el erizo-, eso es cosa mía! No te metas en cosas de hombres. Andando, vístete y ven conmigo.

¿Y qué otra cosa podía hacer la mujer del erizo? Quisiera o no, tuvo que obedecer.

Por el camino dijo el erizo a su mujer:

- Y ahora pon atención a lo que te voy a decir. Mira, en ese largo sembrado que hay allí vamos a correr. La liebre correrá por un surco y yo por otro, y empezaremos desde allá arriba. Lo único que tienes que hacer es quedarte aquí abajo en el surco, y cuando la liebre se acerque desde el otro lado, le sales al encuentro y le dices: «Ya estoy aquí».

Y estando en estas charlas llegaron al sembrado. El erizo señaló a la mujer su puesto y se fue al otro extremo del sembrado. Cuando llegó, la liebre ya estaba allí.

- ¿Podemos empezar? -preguntó la liebre.

- ¡Por supuesto! -dijo el erizo.

- ¡Pues adelante!

Y cada uno de los dos se colocó en su surco. La liebre contó «uno, dos, tres» y salió disparada como un rayo por el sembrado. El erizo apenas dio unos tres pasitos, se agachó en el surco y se quedó quieto.

Cuando la liebre se acercó corriendo como un bólido a la parte baja del sembrado, la mujer del erizo le gritó desde su puesto:

- ¡Ya estoy aquí!

La liebre se quedó perpleja; y no fue pequeño su asombro, pues no pensó otra cosa sino que era el mismo erizo quien le hablaba, ya que, como es sabido, la mujer del erizo tiene exactamente el mismo aspecto que el marido. Pero la liebre pensó: «Aquí hay gato encerrado», y gritó – ¡A correr otra vez! ¡De vuelta!

Y de nuevo salió como un bólido, con las orejas ondeando al viento. La mujer del erizo permaneció quieta en su puesto. Cuando la liebre llegó a la parte alta del campo el erizo le gritó desde su puesto – ¡Ya estoy aquí!

Pero la liebre, indignada y fuera de sí, gritó – ¡A correr otra vez! ¡De vuelta!

- A mí eso no me importa -respondió el erizo-; por mí, las veces que tú quieras.

Y de esta manera corrió la liebre otras setenta y tres veces, y el erizo siempre accedía a repetir la carrera. Y cada vez que la liebre llegaba a un extremo o al otro, decían el erizo o su mujer: – ¡Ya estoy aquí!

Pero, a la septuagésima cuarta vuelta la liebre no pudo llegar hasta el final. En medio del campo se desplomó, la sangre fluyó de su garganta y quedó muerta en el suelo. Y el erizo tomó la moneda de oro y la botella de aguardiente que había ganado, llamó a su mujer desde su surco y ambos se fueron contentos a casa; y si todavía no se han muerto, seguirán con vida.

Así fue cómo sucedió que en las campiñas de Buxtehude el erizo hizo correr a la liebre hasta la muerte, y desde ese día no se le ha vuelto a ocurrir a ninguna liebre apostar en una carrera con un erizo de Buxtehude.

Hermanos Wilhelm y Jacob Grimm


La serpiente blanca


Hace ya de esto mucho tiempo. He aquí que vivía un rey, famoso en todo el país por su sabiduría. Nada le era oculto; se decía que por el aire le llegaban noticias de las cosas más recónditas y secretas. Cada mediodía, una vez retirada la mesa y cuando nadie hallaba presente, un criado de confianza le servía un plato más. Estaba tapado, y nadie sabía lo que contenía, ni el mismo servidor, pues el Rey no lo descubría ni comía de él hasta encontrarse completamente solo.

Las cosas siguieron así durante mucho tiempo, cuando un día al criado le picó la irresistible curiosidad y se llevó la fuente a su habitación. Cerrando  la puerta con mucho cuidado, levantó la tapadera y vio que en la bandeja había una serpiente blanca. No pudo reprimir el antojo de probarla; cortó un pedacito y se lo llevó a la boca.

Apenas lo hubo tocado con la lengua, oyó un extraño susurro de melódicas voces que venía de la ventana; al acercarse y prestar oído, observó que eran gorriones que hablaban entre sí, contándose mil cosas que vieran en campos y bosques. A comer aquel pedacito de serpiente había recibido el don de entender el lenguaje de los animales.

Sucedió que aquel mismo día se extravió la sortija más hermosa de la Reina, y la sospecha recayó sobre el fiel servidor que tenía acceso a todas las habitaciones. El Rey le mandó comparecer a su presencia, y, en los términos más duros, le amenazó con que, si para el día siguiente no lograba descubrir al ladrón, se le tendría por tal y sería ajusticiado. De nada sirvió al leal criado protestar de su inocencia; el Rey lo hizo salir sin retirar su amenaza.

Lleno de temor y congoja, bajó al patio, siempre cavilando la manera de salir del apuro, cuando observó tres patos que solazaban tranquilamente en el arroyo, alisándose las plumas con el pico y sosteniendo una animada conversación. El criado se detuvo a escucharlos. Se relataban dónde habían pasado la mañana y lo que habían encontrado para comer. Uno de ellos dijo malhumorado:

- Siento un peso en el estómago; con las prisas me he tragado una sortija que estaba al pie de la ventana de la Reina.

Sin pensarlo más, el criado lo agarró por el cuello, lo llevó a la cocina y dijo al cocinero:

- Mata éste, que ya está bastante cebado.

- Dices verdad -asintió el cocinero sopesándolo con la mano-; se ha dado buena maña en engordar y está pidiendo ya que lo pongan en el asador.

Le Cortó el cuello y, al vaciarlo, apareció en su estómago el anillo de la Reina. Fácil le fue al criado probar al Rey su inocencia, y, queriendo éste reparar su injusticia, ofreció a su servidor la gracia que él eligiera, prometiendo darle el cargo que más apeteciera en su Corte.

El criado declinó este honor y se limitó a pedir un caballo y dinero para el viaje, pues deseaba ver el mundo y pasarse un tiempo recorriéndole. Otorgada su petición, púsose en camino. y un buen día llegó junto a un estanque, donde observó tres peces que habían quedado aprisionados entre las cañas y pugnaban, jadeantes, por volver al agua. Digan lo que digan de que los peces son mudos, lo cierto es que el hombre entendió muy bien las quejas de aquellos animales, que se lamentaban de verse condenados a una muerte tan miserable. Siendo, como era, de corazón compasivo, se apeó y devolvió los tres peces al agua. Coleteando de alegría y asomando las cabezas, le dijeron:

- Nos acordaremos de que nos salvaste la vida, y ocasión tendremos de pagártelo.

Siguió el mozo cabalgando, y al cabo de un rato parecióle como si percibiera una voz procedente de la arena, a sus pies. Aguzando el oído, diose cuenta de que era un rey de las hormigas que se quejaba:

- ¡Si al menos esos hombres, con sus torpes animales, nos dejaran tranquilas! Este caballo estúpido, con sus pesados cascos, está aplastando sin compasión a mis gentes. El jinete torció hacia un camino que seguía al lado, y el rey de las hormigas le gritó:

- ¡Nos acordaremos y te lo pagaremos!

La ruta lo condujo a un bosque, y allí vio una pareja de cuervos que, al borde de su nido, arrojaban de él a sus hijos:

- ¡Fuera de aquí, truhanes! -les gritaban-. No podemos seguir hartándoos; ya tenéis edad para buscaros pitanza.
Los pobres pequeñuelos estaban en el suelo, agitando sus débiles alitas y lloriqueando:

- ¡Infelices de nosotros, desvalidos, que hemos de buscarnos la comida y todavía no sabemos volar! ¿Qué vamos a hacer, sino morirnos de hambre?

El mozo se apeó, mató al caballo de un sablazo y dejó su cuerpo para pasto de los pequeños cuervos, los cuales se lanzaron a saltos sobre la presa y, una vez hartos, dijeron a su bienhechor:

- ¡Nos acordaremos y te lo pagaremos!

El criado hubo de proseguir su ruta a pie, y, al cabo de muchas horas, llegó a una gran ciudad. Las calles rebullían de gente, y se observaba una gran excitación; en esto apareció un pregonero montado a caballo, haciendo saber que la hija del rey buscaba esposo. Quien se atreviese a pretenderla debía, empero, realizar una difícil hazaña: si la cumplía recibiría la mano de la princesa; pero si fracasaba, perdería la vida. Eran muchos los que lo habían intentado ya; mas perecieron en la empresa. El joven vio a la princesa y quedó de tal modo deslumbrado por su hermosura, que, desafiando todo peligro, se presentó ante el Rey a pedir la mano de su hija.

Lo condujeron mar adentro, y en su presencia arrojaron al fondo un anillo. El Rey le mandó que recuperase la joya, y añadió:

- Si vuelves sin ella, serás precipitado al mar hasta que mueras ahogado.

Todos los presentes se compadecían del apuesto mozo, a quien dejaron solo en la playa. El joven se quedó allí, pensando en la manera de salir de su apuro. De pronto vio tres peces que se le acercaban juntos, y que no eran sino aquellos que él había salvado. El que venía en medio llevaba en la boca una concha, que depositó en la playa, a los pies del joven. Éste la recogió para abrirla, y en su interior apareció el anillo de oro.

Saltando de contento, corrió a llevarlo al rey, con la esperanza de que se le concediese la prometida recompensa. Pero la soberbia princesa, al saber que su pretendiente era de linaje inferior, lo rechazó, exigiéndole la realización de un nuevo trabajo. Salió al jardín, y esparció entre la hierba diez sacos llenos de mijo:

- Mañana, antes de que salga el sol, debes haberlo recogido todo, sin que falte un grano.
Se sentó el doncel en el jardín y se puso a cavilar sobre el modo de cumplir aquel mandato. Pero no se le ocurría nada, y se puso muy triste al pensar que a la mañana siguiente sería conducido al patíbulo. Pero cuando los primeros rayos del sol iluminaron el jardín… ¡Qué era aquello que veía! ¡Los diez estaban completamente llenos y bien alineados, sin que faltase un grano de mijo! Por la noche había acudido el rey de las hormigas con sus miles y miles de súbditos, y los agradecidos animalitos habían recogido el mijo con gran diligencia, y lo habían depositado en los sacos.

Bajó la princesa en persona al jardín y pudo ver con asombro que el joven había salido con bien de la prueba. Pero su corazón orgulloso no estaba aplacado aún, y dijo:

- Aunque haya realizado los dos trabajos, no será mi esposo hasta que me traiga una manzana del Árbol de la Vida.

El pretendiente ignoraba dónde crecía aquel árbol. Púsose en camino, dispuesto a no detenerse mientras lo sostuviesen las piernas, aunque no abrigaba esperanza alguna de encontrar lo que buscaba. Cuando hubo recorrido ya tres reinos, un atardecer llegó a un bosque y se tendió a dormir debajo de un árbol; de súbito, oyó un rumor entre las ramas, al tiempo que una manzana de oro le caía en la mano. Un instante después bajaron volando tres cuervos, que, posándose sobre sus rodillas, le dijeron:

- Somos aquellos cuervos pequeños que salvaste de morir de hambre. Cuando, ya crecidos, supimos que andabas en busca de la manzana de oro, cruzamos el mar volando y llegamos hasta el confín del mundo, donde crece el Árbol de la Vida, para traerte la fruta.

Loco de contento, reemprendió el mozo el camino de regreso para llevar la manzana de oro a la princesa, la cual no puso ya más dilaciones. Partiéronse la manzana de la vida y se la comieron juntos. Entonces se encendió en el corazón de la doncella un gran amor por su prometido, y vivieron felices para siempre.

Hermanos Wilhelm y Jacob Grimm