domingo, 10 de marzo de 2013

Hansel y Gretel


En los lindes de un frondoso bosque vivía un leñador con sus dos hijos: Hansel que era el nombre del niño y Gretel el de la niña, eran muy pobres y cada vez el padre tenía más dificultades para trabajar y en consecuencia para alimentar a su familia. Abatido se lamentaba ante su esposa, mujer poco compasiva y nada bondadosa, con la que se había casado en segundas nupcias:
-¿Qué va a ser de nosotros?, si no hay nadie que me compre la leña. ¿Qué va a ser de los niños si no los puedo alimentar?
-Deja de quejarte que yo tengo la solución, -contestó enérgica la mujer.
La madrastra de los pequeños que solo anhelaba perderlos de vista, vio que la ocasión era propicia para ejecutar su malvado plan, y continuó persuadiendo al angustiado padre:
-Sólo hay una salida, deshacernos de ellos.
-¡Pero mujer!, ¿qué dices? –contestó el padre abrumado.
-Los llevaremos al bosque y los dejaremos con un pedazo de pan y un buen fuego para pasar la noche, en un lugar donde no puedan encontrar el camino de vuelta, -replico la mujer.
-¡Te has vuelto loca! ¡Cómo voy a hacer eso con mis hijos! se los comerían las fieras.
-No te preocupes ya son lo suficientemente mayorcitos, para valerse por sí solos, si viven en casa moriremos todos de hambre.
Tanto insistió la perversa madrastra que terminó por vencer la resistencia del padre.
Los pequeños que ya estaban acostados, pero el hambre los mantenía en vela, oyeron la conversación que mantenía su padre y su madrastra y Gretel, muy asustada, comenzó a llorar desconsoladamente, su hermano la tranquilizó:
-No llores, se me acaba de ocurrir un plan para poder volver a casa, mañana te lo mostraré, ahora duerme tranquila.
Al día siguiente se levantaron muy temprano a los gritos de la mujer:
-¡Vamos holgazanes, levantaos, que hay que ir a trabaja!
El niño saltó corriendo de la cama y salió a recoger pedernales, piedras muy blancas, que destacaban por su color a la luz de la luna y las fue guardando en los bolsillos.
Antes incluso de la salida del sol, todos se pusieron en marcha y se fueron adentrando cada vez más en el espeso bosque, el niño frecuentemente volvía la vista a ver si continuaba viendo la casa, cuando ya oculta tras los árboles solo se divisaba la chimenea, comenzó a echar piedrecitas a cada paso; al llegar a una pequeña explanada lo suficientemente alejada la madrastra les dijo:
-¡Niños quedaros aquí, mientras nosotros cortamos la leña!
El padre abrumado por el dolor y los remordimientos, les dio un pedacito de pan y recogiendo la leña de los alrededores encendió un buen fuego. Los pequeños al calor de la lumbre, después del madrugón, el cansancio de la caminata y de fondo el familiar sonido del hacha cortando la leña, se quedaron profundamente dormidos, y solo se despertaron ya entrada la noche, con los mil extraños ruidos del bosque, Gretel muy asustada comenzó a llorar, una vez más su hermano la consoló y tranquilizó:
-Espera un poco que está a punto de salir la luna y entonces veremos brillar las piedrecitas, que a cada paso he ido soltando por el camino.
-¡Esta bien!, pero tengo mucho frio.
De esta manera los atemorizados niños, gracias a la estratagema de Hansel pudieron encontrar el camino de vuelta a su casa, cuando llamaron a la puerta a la madrastra casi le da un soponcio, mientras que su padre los recibió con gran alivio, regocijo y contento.
-Mañana los volveremos a llevar al bosque y los dejaremos más adentro aún. –Dijo la esposa cuando volvió a quedarse solo el matrimonio.
-¡Mujer ya nos arreglaremos! –respondió el hombre.
-¡Pero no ves, “alma de cántaro” que no tenemos nada que comer!
Una vez más el apesadumbrado pero débil padre, cedió a los perversos deseos de su mujer.
Cuando al día siguiente, de improviso, los pequeños nuevamente tuvieron que levantarse muy temprano para volver al bosque, Hansel no pudo salir a recoger piedrecitas porque la puerta estaba cerrada con llave, cogió el mendrugo de pan que le correspondía y fue echando miguitas de pan por todo el recorrido. Se adentraron en el bosque mucho más y más que el día anterior, el padre volvió a encenderles fuego y la madrastra les obligó a sentarse y cuidar de que no se apagara, hasta que ellos volvieran de hacer la leña. Una vez más los pequeños se quedaron dormidos despertando de noche, pero no pudieron encontrar el camino de vuelta porque el pan se lo habían comido los pajaritos.
Hansel cogió a Gretel (paralizada por el pánico) de la mano, tratando de disimular el miedo que él mismo sentía y comenzaron a caminar por la espesura, continuamente alertaban sus oídos ruidos distintos y extraños; las sombras, a la luz de la luna, parecían tener vida propia; a cada paso que daban saltaba o salía volando algún animal tan asustado como ellos, pero que venía a incrementar su terror, por más que caminaban no acertaban a dar con la salida del denso bosque. Al miedo que sentían vino a sumarse el dolor que produce el hambre y el frio, convencidos de terminar siendo presa de alguna fiera y su alimento y a punto de caer desfallecidos estaban, cuando vieron a lo lejos una lucecita, esperanzados, sacaron fuerzas de flaqueza y corrieron hacia ella, al acercarse, ¡oh milagro! La casita estaba construida de chocolate y adornada con los dulces más exquisitos de la época: relieves de bizcocho, ventanales de caramelo, columnas de mazapán y un sinfín de exquisiteces más adornaban por doquier.
Tan hambrientos y necesitados se encontraban que no pudieron resistir la tentación de comenzar a ingerir tamaños deleites, sin reparar en las posibles consecuencias; ocupados en estos agradables menesteres se encontraban los dos hermanos, cuando se abrió la puerta y salió una horrible bruja. que gustaba de alimentarse de niños y les había preparado la casita de chocolate como trampa para atraparlos, pero como los niños ignoraban esta circunstancia consiguió engañarlos.
-Pasar pequeños, que dentro tengo manjares más exquisitos.
Sin terminar de fiarse del todo los niños entraron en la casa, al menos esta mujer parecía más amable que su madrastra, pero solo lo parecía, una vez dentro cerró la puerta con llave y dirigiéndose a Hansel dijo:
-Me servirás de alimento mientras tu hermana trabajará como sirvienta antes de que me la coma a ella también, pero solo tienes huesos, tendremos que engordarte bastante, para poder darme un buen festín.
Contra la fuerza y maldad de la bruja, de nada sirvió la resistencia del niño, ni el llanto de la niña, agarró con fuerza por un brazo a Hansel y le encerró en una jaula con gruesos barrotes, mientras su hermana, le servía todos los días sabrosos alimentos, cuando pasaba la perversa vieja a revisar si ya estaba lo suficientemente gordo como para comérselo y le pedía que sacara un dedo por entre los barrotes, el niño aprovechando que la vista de la bruja no era buena, le enseñaba un hueso de pollo. Cansada, después de varios días repitiéndose el mismo ritual, ordenó a Gretel que preparara el horno.
-¡Prepara el horno, "mocosa"!, que gordo o no, hoy voy a comerme a tu hermano.
-¡Está bien!, –respondió la niña disimulando sumisión.
-¿Está ya listo el horno? Pregunto la vieja, con impaciencia, después de un buen rato de espera.
- No lo sé venga usted a verlo –contesto Gretel aterrada- nunca antes había hecho esta tarea.
La bruja se acercó refunfuñando, “que inutilidad de niña” metió parte del cuerpo para inspeccionar bien el horno y Gretel pensando tan solo en salvar a su hermano, la empujo con tal fuerza que cayo dentro del candente asador, cerro rápidamente la puerta, y así tuvo el castigo que merecía. Corrió la pequeña a liberar a su hermano y los dos llenos de gozo se dieron un enorme abrazo.
En casa de la bruja no solo había golosinas, había también un variado y enorme tesoro, el niño lleno cuanto pudo sus bolsillos de perlas y piedras preciosas, la niña recogiendo su delantal por los extremos, y recogió a su vez, un cuantioso tesoro. Salieron corriendo y volvieron a tropezar con el bosque, pero como era de día, se fueron orientando por el recorrido del sol hasta llegar a un lugar que les era familiar, ¡qué alegría tan grande!, para los pequeños, cuando por fin divisaron la casa de su padre, corrieron hacia ella, y le encontraron todo apesadumbrado, no había dejado de pensar en ellos ni un momento desde que los abandonara en el bosque, e incluso, cuando murió su malvada mujer, se acercaba todos los días con la esperanza de encontrarlos.
Los niños abrazaron a su padre y contaron su aventura, le entregaron el tesoro y los tres vivieron muy felices sin volver a saber lo que era pasar penurias.

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