domingo, 10 de marzo de 2013

El duendecillo travieso


 Allá por aquellos tiempos en donde los duendes se movían a sus anchas entre los humanos sin que se hubiera inventado ningún aparato detector que revelara su presencia, existía Truco, duendecillo muy popular entre sus congéneres por sus travesuras, fama que le asistía muy justamente, ya que, amparándose en su cualidad de ente invisible se divertía burlándose de todo bicho viviente.

      El pasatiempos favorito de Truco, no era otro, que el de deslizarse dentro de aquellos hogares donde había niños pequeños, en especial recién nacidos, traspasando las paredes, ni siquiera se molestaba en abrir las puertas, cuando alguien le reprendía por ello, siempre respondía con la misma frase:

      -¡Para qué, ja, ja...!, hacer un esfuerzo inútil.

     Una vez dentro perpetraba su fechoría favorita, que consistía en arrancar de golpe y porrazo el chupete al bebé de la casa mientras éste dormía placidamente, el chiquitín asustado e indignado rompía a llorar tan estrepitosamente que al instante toda la familia estaba en pie, alrededor de la cuna tratando de calmarle y consolarle, esta incomoda escena podía repetirse varias veces durante la noche. Mientras tanto el duendecillo que no adolecía de sueño, se carcajeaba sin cesar, saltando desde los pies a los hombros de los concurrentes a la habitación del infante.

     Pero un buen día y para su desdicha, Truco se introdujo en una vivienda donde residía, como uno más de la familia, Brisa la mascota de la casa, una graciosa, ágil y simpática ardilla, que tenía el privilegio de detectar a los invisibles duendes, cualidad ésta, que el travieso geniecillo ignoraba y una noche más, mientras la familia descansaba, efectuó su estúpida y pesada broma. Cuando todos llegaron al dormitorio, Brisa, al instante, descubrió la presencia de Truco que divertido con la escena se columpiaba en la lámpara, a la vez que apretaba y aflojaba la bombilla creando un ambiente algo siniestro; disimuladamente se fue acercando a él y, en un pispas lo atrapó con tal rapidez, que el duende travieso no tuvo tiempo de reaccionar y poder escabullirse. Con su preciado trofeo, la ardilla corrió al cuarto de baño y lo encerró en una burbuja jabonosa que ella misma construyó.

    -Serás mi prisionero -le dijo-, mientras no dejes de molestar a los bebés.

      Niños: Si alguna vez tenéis la suerte de descubrir un duende y, sí al igual que Truco se mostrara impertinente, ya sabéis como actuar para corregir sus malos hábitos: encerrarle en una burbuja de jabón, allí permanecerá atrapado, sin posibilidad de escapar, hasta que con un potente soplido destruyáis la pompita.

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